NUBES DE
ALGODÓN
Premio certamen "La ciudad de las mil culturas" 2.015 (S.O.S. racismo Madrid)
Aquel gritito, con voz de recién llegado, le salió del alma “¡no!
¡no más agua!”; después colocó sus pequeñas manos empapadas
intentando taponar el grifo de la ducha, y al final tuvimos que
cerrarlo de lo nervioso que se puso. Poco después, lo metimos en la
cama, ni siquiera pudo cenar; seguramente, el intentar absorber todas
las novedades de golpe le habían agotado más que las cuarenta y
tres horas de su largo viaje. Al día siguiente, lo descubrimos hecho
un ovillo en el suelo al ir a despertarlo, así que, nuestra
culpabilidad nos movió a observarlo minuciosamente el resto del
tiempo para tratar de evitar nuevos episodios tan desalentadores como
aquellos.
La verdad es que nuestros primeros amaneceres con Gaizy fueron de lo
más extraño; aunque hicimos bien en no presionarle, en darle un
poco de tiempo para dejarle llegar del todo y a su ritmo a nuestro
hogar. Después de aquellos días examinándolo a cada momento, por
fin entendimos muchas cosas; nos enterneció, por ejemplo, descubrir
que no era miedo si no un profundo dolor y culpa lo que le causaba
ver, a la hora del baño, el manantial de agua que dejábamos escapar
para siempre por el desagüe, y que gastábamos solo para él,
mientras sabía que su familia seguiría sedienta en su tierra;
precioso, verlo por primera vez dejándose escurrir desde la cama al
suelo para, en la oscuridad, tratar de convertir su confortable
dormitorio actual en lo más parecido posible al trozo de suelo en
que dormía dentro de la jaima de su hostil, pero amado sáhara;
divertido, verlo chuparse los dedos después de comer mi cuscús con
pollo al curry, mientras su media lengua nos contaba que estaba mucho
más rico que el que su madre hacía (obviamente sin curry, y mucho
menos con pollo); desternillante, el verlo brincar como un
saltamontes por toda la casa por habernos olvidado del efecto
secundario de dar un refresco de cola a un niño que en su vida ha
tomado azúcar ni cafeína; enriquecedor, advertir como, cada día,
sus mofletes amanecían un poco más lustrosos y su piel, antes
maltratada por los abrasadores cincuenta grados de su sol a la
sombra, ahora más esclarecida.
Curiosamente, el mismo día que el niño se marchaba de vuelta al
sáhara, con tan solo una pequeña bolsa de ropa nueva y una cacerola
para que su madre le hiciese cuscús, un amigo nuestro venía de
hacer turismo por Mauritania, muy cerca del campamento donde vivía
Gaizy. Sin duda, traería las maletas repletas de maravillosas
experiencias y preciosos souvenirs para todos. Y me dio por pensar
que podrían haberse cruzado por el cielo; tal vez sobre el Trópico
de Cáncer, ¿por qué no?; y me pareció una paradoja que las luces
y las sombras pudiesen haber atravesado al mismo tiempo las mismas
nubes de algodón.
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