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martes, 7 de julio de 2015


NUBES DE ALGODÓN
          Premio certamen "La ciudad de las mil culturas" 2.015 (S.O.S. racismo Madrid)

     Aquel gritito, con voz de recién llegado, le salió del alma “¡no! ¡no más agua!”; después colocó sus pequeñas manos empapadas intentando taponar el grifo de la ducha, y al final tuvimos que cerrarlo de lo nervioso que se puso. Poco después, lo metimos en la cama, ni siquiera pudo cenar; seguramente, el intentar absorber todas las novedades de golpe le habían agotado más que las cuarenta y tres horas de su largo viaje. Al día siguiente, lo descubrimos hecho un ovillo en el suelo al ir a despertarlo, así que, nuestra culpabilidad nos movió a observarlo minuciosamente el resto del tiempo para tratar de evitar nuevos episodios tan desalentadores como aquellos.

     La verdad es que nuestros primeros amaneceres con Gaizy fueron de lo más extraño; aunque hicimos bien en no presionarle, en darle un poco de tiempo para dejarle llegar del todo y a su ritmo a nuestro hogar. Después de aquellos días examinándolo a cada momento, por fin entendimos muchas cosas; nos enterneció, por ejemplo, descubrir que no era miedo si no un profundo dolor y culpa lo que le causaba ver, a la hora del baño, el manantial de agua que dejábamos escapar para siempre por el desagüe, y que gastábamos solo para él, mientras sabía que su familia seguiría sedienta en su tierra; precioso, verlo por primera vez dejándose escurrir desde la cama al suelo para, en la oscuridad, tratar de convertir su confortable dormitorio actual en lo más parecido posible al trozo de suelo en que dormía dentro de la jaima de su hostil, pero amado sáhara; divertido, verlo chuparse los dedos después de comer mi cuscús con pollo al curry, mientras su media lengua nos contaba que estaba mucho más rico que el que su madre hacía (obviamente sin curry, y mucho menos con pollo); desternillante, el verlo brincar como un saltamontes por toda la casa por habernos olvidado del efecto secundario de dar un refresco de cola a un niño que en su vida ha tomado azúcar ni cafeína; enriquecedor, advertir como, cada día, sus mofletes amanecían un poco más lustrosos y su piel, antes maltratada por los abrasadores cincuenta grados de su sol a la sombra, ahora más esclarecida.


     Curiosamente, el mismo día que el niño se marchaba de vuelta al sáhara, con tan solo una pequeña bolsa de ropa nueva y una cacerola para que su madre le hiciese cuscús, un amigo nuestro venía de hacer turismo por Mauritania, muy cerca del campamento donde vivía Gaizy. Sin duda, traería las maletas repletas de maravillosas experiencias y preciosos souvenirs para todos. Y me dio por pensar que podrían haberse cruzado por el cielo; tal vez sobre el Trópico de Cáncer, ¿por qué no?; y me pareció una paradoja que las luces y las sombras pudiesen haber atravesado al mismo tiempo las mismas nubes de algodón.




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