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viernes, 3 de julio de 2015


NOSTALGIA




     Santiago ha evitado saludar a su vecino del quinto, despedirse del portero del edificio y conversar con la muchacha del quiosco de prensa. Le importa poco de qué color se despertó el país, a pesar de que hoy todo el mundo hable de política y de elecciones; estos días, anda con el corazón y la cabeza llenos de desamor, y nada que no fuese recuperar el afecto de Mairena, podría parecerle realmente importante.



Un imbécil, eso es lo que eres” se dice Santiago a sí mismo en los lavabos; y mientras, Nicolás, lustra el mostrador de roble y le sirve el café que, cuando vuelve de insultarse una y otra vez frente al espejo, ya está frío.


     El camarero observa cómo Santiago contagia de su tristeza a la cucharilla con la que no para de remover en círculos hipnóticos los dos terrones de azúcar que, hace ya varios minutos, lanzó dentro de la taza; y no puede evitar hablarle: “¿Qué?, ¿acaso ayer perdió tu equipo de fútbol o piensas, quizá, que tu voto no ha servido para nada?”. Por no ser grosero, el chico se obliga a lanzarle apenas media sonrisa, pero, sigue callado. ”Vaya…” sigue hablándole el hombre, aun a riesgo de parecer pesado. Está acostumbrado a leer por dentro a los clientes que pasan por su barra, y solo está tratando, con su conversación, de suavizar la carga que parece llevar el muchacho encima “…así que tienes mal de amores ¿no es así?” Espera unos segundos, y al no obtener respuesta, supone que está en lo cierto Sabes, muchacho; a tu edad, cuando yo andaba perdido, a veces debía recurrir a la inspiración para volver a encontrar el camino exacto en el que se había quedado mi felicidad, ¿por qué no lo intentas?, no pierdes nada. Solamente tienes que alimentar a tus musas, y la inspiración vendrá sola” y, tras aconsejar al chico, se retira para seguir acariciando con la bayeta la superficie de la barra, que ya brilla desde hace un buen rato.


     Santiago se queda pensando en las palabras de Nicolás. Tal vez, aquel hombre tenga razón, y lamentarse no le lleve a ninguna parte. Luego, mira hacia el líquido oscuro y helado del fondo de su taza, y piensa en Mairena, y en aquella última noche que la tuvo entre sus brazos.Nicolás, me pones un mate, si no te importa; sin querer, he dejado que mi café se enfriase” dice el chico, apartando hacia un lado su taza, y sintiéndose un poco ridículo, porque durante un segundo se ha sorprendido a sí mismo pensando que, tal vez, la bebida que acaba de pedir podría ser un buen reclamo para sus musas.


     “Ya veo que has dado con ello, muchacho. Tranquilo, no tardarán en llegar a por su alimento” El camarero, mirándole de reojo, le coloca delante una pequeña calabaza hueca llena de mate humeante que estimula su olfato; y después, se retira a la trastienda para dejarle un momento de soledad que cree imprescindible para que aclare sus cavilaciones.


     Santiago cierra los ojos, y con el primer sorbo, la música canalla del viejo y conocido tango que bailaron aquella noche vuelve a sonar en su cabeza; sigue bebiendo, y nota la palma de su mano, contundente y segura, extendida sobre la espalda de la mujer para marcar sus pasos de baile; su pierna de avezada bailarina, sensual y descarada, anudándose y escalando por la suya hasta casi estrangularla; los ojos de cada uno pidiéndole a los del otro que por nada del mundo apartasen la mirada. Y, así, sorbo a sorbo, en diez cortos minutos, Santiago revive su última noche junto a Mairena. Una preciosa y larga, aunque, al final, amarga noche; tan amarga como los tragos que hoy, cargados de cafeína, le han hecho regresar al momento exacto en que todo empezó a romperse.


     “Nicolás...Nicolás” el hombre asoma tras las cortinas ante la llamada de Santiago “¿tienes papel y un bolígrafo?” le pide, nervioso. El camarero, pausadamente, termina de limpiar sus manos con un paño, y se dirige al cajón que hay bajo la registradora; saca una libreta y una pluma, y se las entrega, guiñándole un ojo, al muchacho enamorado “Tranquilo; no vayas a estropearlo todo, ahora que ellas han llegado; hazlo despacito y con buena letra”. El joven sonríe, y luego se queda pensativo un momento, con la pluma apoyada en los labios. Pero, solo cuando la inspiración llega por completo, comienza a escribir.


     Para romper el hielo que parece haber en aquel papel tan blanco, cuyo vacío le asusta un poco, pide prestado el primer verso a Carlos Gardel “Quiero emborrachar mi corazón...” pero, después, tras el primer trago de su segundo mate, la pluma sobrevuela las hojas con ligereza dejando tatuada en ellas, para Mairena, su propia nostalgia.













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