NOSTALGIA
Santiago
ha evitado saludar a su vecino del quinto, despedirse del portero del
edificio y conversar con la muchacha del quiosco de prensa. Le
importa poco de qué color se despertó el país, a pesar de que hoy
todo el mundo hable de política y de elecciones; estos días, anda
con el corazón y la cabeza llenos de desamor, y nada que no fuese
recuperar el afecto de Mairena, podría parecerle realmente
importante.
“Un imbécil, eso es lo que eres” se dice Santiago
a sí mismo en los lavabos; y mientras, Nicolás, lustra el mostrador
de roble y le sirve el café que, cuando vuelve de insultarse una y
otra vez frente al espejo, ya está frío.
El
camarero observa cómo Santiago contagia de su tristeza a la
cucharilla con la que no para de remover en círculos hipnóticos los
dos terrones de azúcar que, hace ya varios minutos, lanzó dentro de
la taza; y no puede evitar hablarle: “¿Qué?, ¿acaso
ayer perdió tu equipo de fútbol o piensas, quizá, que tu voto no
ha servido para nada?”. Por no ser grosero, el chico se
obliga a lanzarle apenas media sonrisa, pero, sigue callado. ”Vaya…”
sigue hablándole el hombre, aun a riesgo de parecer pesado. Está
acostumbrado a leer por dentro a los clientes que pasan por su barra,
y solo está tratando, con su conversación, de suavizar la carga que
parece llevar el muchacho encima “…así que tienes mal de
amores ¿no es así?” Espera unos segundos, y al no obtener
respuesta, supone que está en lo cierto “Sabes,
muchacho; a tu edad, cuando yo andaba perdido, a veces debía
recurrir a la inspiración para volver a encontrar el camino exacto
en el que se había quedado mi felicidad, ¿por qué no lo intentas?,
no pierdes nada. Solamente tienes que alimentar a tus musas, y la
inspiración vendrá sola” y, tras aconsejar al
chico, se retira para seguir acariciando con la bayeta la superficie
de la barra, que ya brilla desde hace un buen rato.
Santiago
se queda pensando en las palabras de Nicolás. Tal vez, aquel hombre
tenga razón, y lamentarse no le lleve a ninguna parte. Luego, mira
hacia el líquido oscuro y helado del fondo de su taza, y piensa en
Mairena, y en aquella última noche que la tuvo entre sus brazos.
“Nicolás, me pones un mate, si no te importa; sin
querer, he dejado que mi café se enfriase”
dice el chico, apartando hacia un lado su taza, y sintiéndose un
poco ridículo, porque durante un segundo se ha sorprendido a sí
mismo pensando que, tal vez, la bebida que acaba de pedir podría ser
un buen reclamo para sus musas.
“Ya
veo que has dado con ello, muchacho. Tranquilo, no tardarán en
llegar a por su alimento” El
camarero, mirándole de reojo, le coloca delante una pequeña
calabaza hueca llena de mate humeante que estimula su olfato; y
después, se retira a la trastienda para dejarle un momento de
soledad que cree imprescindible para que aclare sus cavilaciones.
Santiago
cierra los ojos, y con el primer
sorbo, la música canalla del viejo y conocido tango que
bailaron aquella noche vuelve a sonar en su cabeza; sigue bebiendo, y
nota la palma de su mano, contundente y segura, extendida sobre la
espalda de la mujer para marcar sus pasos de baile; su pierna de
avezada bailarina, sensual y descarada, anudándose y escalando por
la suya hasta casi estrangularla; los ojos de cada uno pidiéndole a
los del otro que por nada del mundo apartasen la mirada. Y, así,
sorbo a sorbo, en diez cortos minutos, Santiago revive su última
noche junto a Mairena. Una preciosa y larga, aunque, al final, amarga
noche; tan amarga como los tragos que hoy, cargados de cafeína, le
han hecho regresar al momento exacto en que todo empezó a romperse.
“Nicolás...Nicolás”
el hombre asoma tras las
cortinas ante la llamada de Santiago “¿tienes papel y
un bolígrafo?” le
pide, nervioso. El camarero, pausadamente, termina de limpiar sus
manos con un paño, y se dirige al cajón que hay bajo la
registradora; saca una libreta y una pluma, y se las entrega,
guiñándole un ojo, al muchacho enamorado “Tranquilo;
no vayas a estropearlo todo, ahora que ellas han llegado; hazlo
despacito y con buena letra”. El
joven sonríe, y luego se queda pensativo un momento, con la pluma
apoyada en los labios. Pero, solo cuando la inspiración llega por
completo, comienza a escribir.
Para
romper el hielo que parece haber en aquel papel tan blanco, cuyo
vacío le asusta un poco, pide prestado el primer verso a Carlos
Gardel “Quiero emborrachar mi corazón...”
pero, después, tras el primer
trago de su segundo mate, la pluma sobrevuela las hojas con ligereza
dejando tatuada en ellas, para Mairena, su propia nostalgia.
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