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viernes, 21 de octubre de 2016



I Premio Certamen Literario "Carmen de Michelena" de Beas de Segura (Jaén)


BREVE CURRÍCULUM

     Soy Naya y tengo quince años. Estoy viva gracias a Yamir, el hombre del ecógrafo. Le aseguró a mi padre que yo iba a ser un niño, pero hacía poco tiempo que tenía aquella máquina, así que debió interpretarla mal; fue por eso que Mahan, mi padre, no hizo abortar a mi madre. En el sur de la India, si vas a nacer niña y tu familia pertenece a la casta de los dalits, es mejor que no lo hagas o conocerás lo que es la miseria desde mucho antes de que corten tu cordón umbilical. En los hospitales, prohibieron desvelar el sexo de los fetos, por eso es un buen negocio hacerse con uno de esos ecógrafos; Yamir, lo consiguió a cambio de la dote que le dieron por su esposa Uma, y desde entonces se gana la vida con él.
   A las indias dalits nos llaman las intocables, y no precisamente por considerarnos heroínas de historieta, como la que vi en aquella revista el día que me paré frente a un escaparate de Anantapur, sino por que ni podemos ser tocadas ni tocar a las personas de otras castas. Por eso sentí un escalofrío esta mañana, cuando la chica europea me puso una mano en el hombro para ofrecerme estas hojas y un bolígrafo; quizá nadie le haya contado que nos consideran impuras, por eso no teme tocarnos, ni comer cerca de nosotras, ni beber agua de las fuentes que hay reservadas exclusivamente para nuestro uso.
     Me ha dicho que debo llenar estos tres folios con lo primero que se me pase por la cabeza, porque es para un importante proyecto con el que piensan promover la agricultura sostenible entre la población dalit; pero, sobre todo, ha hecho hincapié en que no debo olvidar poner en ellos todas las cosas que sepa hacer. Por más que he pensado en ello, sólo se me ocurre escribir sobre las tareas que me obligan a realizar habitualmente, porque nunca he hecho otras, y porque ni siquiera sé si sabría hacerlas. Limpio las letrinas de los hombres, recojo excrementos en la calle, ayudo a incinerar cadáveres y retiro los restos de los animales que caen muertos en los caminos. También trabajé en el campo. Fue cuando mi padre se casó con la hermana de mi madre, tres meses después de que ésta muriese. Pero como yo no aprobaba aquel matrimonio, mi padre decidió apartarme de ellos casándome con su propio hermano, un hombre mucho mayor que yo. Así que mis labores en la tierra apenas duraron quince jornadas, a pesar de que no me disgustaban y de que, aquél, había sido el único trabajo en mi vida por el que me habían pagado; setenta y cinco rupias al día que tenía que entregarle a mi padre, pero que me hacían sentir útil.
     De todas formas, mi suerte con los trabajos podría haber sido peor. O tan mala como la de Sundari, que nunca ha llegado a trabajar; sus padres son tan pobres que hace dos años decidieron entregarla a la diosa Yellamma para convertirla en Devadasi. A las Devadasi o sirvientas de dios les está prohibido casarse; así, los padres de Sundari pudieron ahorrarse la dote. Pero ella, durante el resto de su vida, tendrá que acostarse con cualquier hombre del pueblo que la reclame y olvidarse de su boda con Uday, del que estaba enamorada.
     En este distrito, enamorarse puede convertirse en un auténtico problema. Yo lo estaba de Kalu, por eso me negué a casarme con el hermano de mi padre, para el que estaba destinada; pero mi madrastra dio con la solución. Pidió a mi tío que me violase para que no pudiese rechazar el matrimonio después de hacerme perder la virginidad, aprovechando uno de los días en que yo fuese buscando un lugar apartado para pasar desapercibida mientras defecaba; a las mujeres se nos deniega el acceso a los retretes públicos. Pero, fui afortunada, ya que Vanita me contó los planes de mi madrastra y así pude adelantarme a ellos. Pisoteé las pulseras de cristal que siempre llevaba puestas y me bebí los añicos dentro de un cuenco con agua, porque prefería morirme antes que acabar como aquella chica a la que encontraron colgada de la rama de un mango después de haber sido violada una y otra vez. Me salvaron, aunque todo había quedado igual o peor que antes, porque mi familia me repudió y rápidamente tuvieron que buscarme un segundo pretendiente, esta vez muy viejo y gordo, porque me quedaron secuelas que ya ningún otro hombre querría aceptar. La boda será el año que viene, cuando tenga dieciséis, que es la edad legal si los padres de ambas partes están de acuerdo; no se ha celebrado antes porque una organización denunció a mi padre por intentar hacerlo a los trece, pero ya está planeada para el mismo día de mi cumpleaños, aunque eso suponga que mi dote aumente considerablemente.

     Proyecto: Promover la agricultura sostenible entre los dalits.
     Objetivo: Consecución de una vida digna.

    Eso ponía en la carpeta de la chica europea, pero yo no entendí nada hasta que nos lo explicó. Reconozco que ha sido hermoso escucharla decir eso de que podremos alimentarnos de lo que nosotros mismos cultivemos. Si mi madre estuviese aquí, es bien seguro que le diría “¡Ay! si yo pudiera vender la tristeza en el mercado como se vende el maíz, sería la persona más rica del mundo” A mí también me cuesta creerlo, madre, pero pienso hacer todo lo que me digan si eso ayuda a que sea posible. Por lo pronto, he empezado por llenar estos tres folios con mis cosas, como me han pedido que haga. Aunque, no creo que tenga ninguna importancia que me hayan sobrado unas líneas.