DESASTRE CÓSMICO
Hoy
es posible que, por mi culpa, haya un desastre cósmico.
Desde
hace unos meses que, en mi trabajo, los días son sospechosamente
clónicos; idénticos entre ellos como las gotas de agua que ahora
mismo estoy mirando, y que, una detrás de otra, temblonas y
regordetas, caen por su propio peso y aterrizan en el suelo de mi
patio, desde la boca del grifo que la desidia del verano hace que
siga estropeado desde hace días. Bueno, el caso es que hoy debo
asistir a un curso desde las 15:10 hasta las 17:10 y estoy temerosa
por si rompo el equilibrio; pues, nada de lo que ocurre a diario con
pasmosa similitud va a ocurrir hoy.
A las
tres menos diez, Antonio, no me saludará a su modo “buenas tardes,
tardessss”; a las tres en punto, mi jefe, no me relegará a los
confines de la factoría para que active el botón “on” de mi
máquina; a y diez, no se me acercará el gaditano para preguntarme
“¿sales el viernes?” aún sabiendo que los cuatro días que
restan hasta entonces mi respuesta seguirá siendo un no; a las
cuatro y cinco, no me cruzaré con Juanito, ni él comentará (en voz
muy alta para que sus amigotes le oigan) algo relacionado con alguna
fruta u hortaliza cuya forma comprometedora intente, sin éxito,
ruborizarme; y a las cinco menos diez, María José, tampoco me
sonreirá camino de las oficinas.
¿A
que resulta inquietante?.
Al
principio, había pensado en no acudir al curso para que el planeta
siguiese rotando, pero después he decidido que sería mejor seguir
con el rumbo de mi vida, tal cual, sin amedrentarme, porque he
recordado el dicho popular tantas veces repetido por mi tía
Tiburcia, la del pueblo, que en paz descanse y que era sabia :“hay
más días que longanizas”. Así es que: Antonio, querido jefe,
gaditano, Juanito, María José; si os parece bien y si para entonces
el mundo sigue girando, mañana nos vemos a la misma hora y en el
mismo sitio de siempre.
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