LA SENDA DE LOS ELEFANTES
Hoy he visto a mi amiga Asun.
Y que le voy a hacer...si siempre que la veo me entran ganas de vivir.
No
me digáis que nunca os ha apetecido trazar vuestro propio camino,
porque no me lo creo. Si pudierais, ¿no os saldríais del reguero de
hormigas por el que nos obligan a ir?
Voy a tratar, no ya de convenceros, sino de que
utilicéis ese centímetro cuadrado que tenemos bajo el cerebelo, un
poco a su izquierda, y que está destinado a que deseemos algo
llamado felicidad.
Si variando vuestra trayectoria tan solo un grado al
norte pudieseis cambiar el madrugar, el vestiros de azul, el seguir
órdenes a veces de necios, el tomar un café a la hora que ellos
quieren y no cuando os apetece, el tener que sonreír por cortesía,
el cambiaros de ropa junto a veinte compañeras que, de reojo, observan si
tus bragas hacen juego con tu sujetador y controlan si traes ropa
nueva cada equis tiempo; como digo, si pudieseis, ¿no lo cambiaríais
por hacer lo que realmente deseais?
Mi amiga Asun, en un momento de su vida, lo hizo; fue
valiente y trazó su propio camino. En este caso no fue por capricho,
o tal vez sí, pero no suyo, sino del destino. Cuando llegó el
momento, no lo dudó, dobló la última esquina de la rectitud y se
dedicó a asfaltar su sinuoso carril particular.
Pues, sí. El nuevo camino de Asun fue sinuoso y
terrible; aunque yo, paradójicamente, lo recuerde tintado de una
belleza sublime ¿No os parece bello que un conocido vuestro se
marche en busca de la vida eterna? A mí si. Y Asun lo hizo. Un buen
día, lo dejó todo (y cuando digo todo es todo, todo, pero todo)
para marcharse al Tíbet en busca de unos monjes que malvivían en el
último rincón del mundo. Estos, custodiaban una cosecha de extraños
hongos, los cuales, al confabularse con la sabia de otras raíces
naturales se convertían en la vida misma (increíble historia
¿verdad?, pero Asun quiso creerla porque su marido, que se moría,
la necesitaba). Más tarde, rescató a un curandero de una de las
últimas reservas de indios en América para que danzase con sus
fetiches y deidades alrededor del enfermo, y espantar así a los
malos espíritus contra los cuales, nuestros médicos, ya se habían
cansado de luchar. ¡Madre mía!, Asun, que es psicóloga y que tiene
los pies bien anclados al suelo, recorriendo el mundo en busca de
vida eterna por amor. Ya quisiera yo para mí que alguien lo
sacrificase todo para regalarme tan sólo un minuto más.
Como podréis imaginar, el desenlace no fue feliz,
aunque yo sigo pensando que ella lo consiguió.
Los elefantes, que tienen fama de tontos a pesar de su
gran memoria, también cambian el chip a última hora, y siguen una
senda particular que les lleva, por lo visto, a la mejor de las
jubilaciones, a la tranquilidad total ¿De verdad, vamos a ser más
tontos que un paquidermo?.
En fin, como yo no soy tonta, ni una heroína como mi
buena amiga Asun, voy a ponerme un Gin Tónic, porque he oído que el
alcohol da alas, y tal vez, después del segundo o del tercero se
motiven mi cerebelo y alrededores para urdir un plan con el que
empezar a asfaltar mi autopista particular.