DEBILIDADES DEL ALMA
¡Mira
que ha sido largo mi fin de semana! Me ha dado tiempo a dormir, a
comer, a beber, a bailar, y a querer mucho más que del lunes al
viernes. ¿Me ha dejado huella levantarme el domingo a las doce del
mediodía? ¡no!; ¿y los tallarines Pekín que cociné con tanta
meticulosidad? ¡qué va!; ¿tal vez, el espectacular mojito y los no
tan espectaculares pasos de baile que me marqué después de dicho
mojito en el Oconne´l? ¡tampoco!; ¿y ese roce a escondidas con la
persona que me hace tilín?. Pues, no. Lo que más me ha marcado este
fin de semana ha sido leer la gilipollez más grande del mundo.
Resulta
que varios científicos, en Massachussets y más tarde en Michigan
(americanos, ¿como no? solo un americano es capaz de esperar a que
540 moribundos expiren sobre otras tantas balanzas de precisión para
averiguar el peso del alma) decidieron, tras lo que a mí se me
antojan experimentos macabros, que el alma humana pesa 21 gramos.
¿Es, o no es una gilipollez?
Que
el alma existe es cierto. Yo no podría vivir sin poder decir: “te
quiero con toda mi alma”, “gracias, eso me ha llegado al alma” o
“me ha dolido hasta el alma pagar 300 pavos de contribución”.
Pero, de ahí a pensar que el alma de un político corrupto pesa lo mismo que
la de Pedro...
Pedro
es un borracho de mi pueblo, aunque todos le llaman “el melón”
porque se dedica a cuidar los melonares de unas cuantas ricachonas
viudas a cambio de cuatro perras, ahorrándose así el sueldo digno
de un jornalero. En realidad, su apodo bien podría deberse a que
tiene un corazón grande y blando como un melón maduro.
Una
noche, mis amigos y yo tuvimos que llamar a una ambulancia porque
andaba tirado con muy mala pinta en mitad de la calzada; pero, lo que
son las cosas, su mejor recuerdo hacia a mí lo guarda porque en una
ocasión en que ya nadie quería venderle alcohol, me dio mucha pena
y le saque una lata de cerveza de una máquina (pensé que aquello no
podría arruinar una vida que ya estaba arruinada de antemano, y que,
sin embargo, sí que podía darle un pellizco de felicidad). Después
de aquel episodio, siempre que me veía me saludaba, porque el Melón
es un borracho agradecido y con muy buena memoria.
Es
buena gente; siempre con su bicicleta, con su perro y espantando a
los niños que se meten con su hermana que tiene síndrome de down y
a la que llaman “la tonta de los nublaos” porque siempre está en
las nubes. Como veis, es gente inocente que vive como puede y que
deja vivir.
Y
ahora que conocéis el currículo de Pablo y el de cualquier político corrupto, decidme
si es posible que el alma de ambos pese 21 gramos. Sí, ya sé que el
alma de Pablo tiene debilidades, y que eso algún gramo le restará,
pero sigo pensando que es absurdo compararla con la de algunos otros (a pesar de que un puñado de viudas ricachonas, con
kilómetros de tierras sembradas de melones, piensen lo contrario).
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