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domingo, 27 de septiembre de 2015


MI FAMILIA NUMEROSA DE LA “A” A LA “Z”



     El día que por motivos de trabajo tuve que marcharme de mi pueblo, solté unas lágrimas al despedirme de mis 354 novelas.
     Ahora vivo a cien kilómetros de allí, en un ático muy mono que está muy cerca del cielo. Muy cerca de Madrid. Muy cerca de todas partes, en realidad. Es muy silencioso y tranquilo, muy visitado por amigos, muy fresco en verano y muy cálido en invierno... Pero, por muchos “muy” que ahora tenga en mi vida, no hay día que no eche de menos aquel olor a papel de mi cuarto, que está a cien kilómetros de mi.
     Hoy, he regresado a mi pueblo; pero antes, he intentado, en vano, hacer un hueco en mi ático para poder volver cargada con mis 354 historias. He cambiado el televisor al sitio del sofá, el sofá adonde la librería, la librería al rincón de la música, y la música, inevitablemente, ha tenido que ir a parar adonde en un principio estuvo el televisor; con lo cual, todo ha acabado como estaba al principio (bueno, algo peor, porque para poder ver la tele desde el sofá, ahora tengo que torcer mucho el cuello y sortear la librería). Al menos, tras haber reorganizado la casa entera y haberse pasado por mi cabeza la truculenta idea de deshacerme de la nevera y el bidé, he conseguido sitio suficiente para traerme unos diez libros de doscientas páginas. No ha estado mal (si lograba rescatar dos mil páginas llenas de risas, de amores, de aventuras, de desventuras, de terrores y demás tramas, me daba por satisfecha).
     He recorrido feliz los setenta kilómetros de autovía más los veintiocho de carreteras nacionales que hay hasta llegar a mi pueblo (si no os salen las cuentas, es porque que me he comido los dos kilómetros de caminos vecinales de Seseña donde se ponen unas prostitutas muy simpáticas, que a fuerza de verme pasar por allí cada día, me saludan y sonríen –creo que eso da para otra historia, ahora que lo pienso–). Pero, una vez que he estado delante de mis 354 novelas, me he dado cuenta de que no iba a ser capaz de llevarme conmigo solamente diez, porque me sería tan complicado como lo fue para Meryl Streep elegir entre cual de sus dos hijos salvar de las garras de los nazis en “La decisión de Sophie” (por cierto, ese libro también está en mi cuarto, colocado en riguroso orden alfabético a la izquierda de “La tumba del irlandés”). Así que, me he dado media vuelta, y me he vuelto consternada y con el maletero vacío.
     Aun así, esta noche, en mi maravilloso ático desde el que casi se toca el cielo, mientras mire el televisor torciendo mucho el cuello para poder sortear así la librería, me alegraré de haber tomado esa difícil decisión; porque podré pensar que todas esas vidas, esos personajes y esas historias que he dejado tan lejos dentro de los millones de páginas de la “A” (“A imagen y semejanza” de Mario Benedetti), a la “Z” (“Zalacaín el aventurero” de Pio Baroja); en ese mismo momento estarán a salvo de todo, en mi habitación, apestando a penetrante y maravilloso olor a papel. 
 

martes, 22 de septiembre de 2015


LOS AIRES DIFÍCILES



     “Ocurrió un día de viento” me contó Bienvenida, la hermana de Pepi y de Mary, llevándose una mano a la boca para reprimir la risa; y mientras, con la otra se agarraba a la verja del cementerio y bajaba la voz para contarme la anécdota, porque, según dijo “el pueblo es tan pequeño, que aquí se escucha todo”.


     Bendito el día en que fui a aquel pequeño pueblo de la Alcarria, de tan sólo setenta habitantes. “El panadero viene los sábados, el de los congelados cada quince días, y el médico pasa consulta los martes” me dijo un viejo de unos cien años que llevaba esperando dos horas a la furgoneta que les acercaba el pan, para ser el primero en comprarlo. Por la tarde, le vi sentado a la puerta de una casa, y me dijo que estaba desgastando el madero en el que llevaba sentándose cada día casi desde que nació y que no pensaba morirse antes de que sus posaderas lo hubiesen pulido hasta hacerlo desaparecer.

     En ese pueblo se palpa el buen rollo. Al llegar a la plaza, un desconocido me oyó decir que no me quería ir sin ver el río, y se ofreció a guiarme. Impensable, que ésto mismo hubiese ocurrido en mi ciudad sin pedirme nada a cambio. Bueno, miento; me llevó por el camino más largo y que serpentea por el interior del pueblo, y a cambio creo que sacó que los otros sesenta y nueve vecinos le viesen paseando orgulloso con “la chica de fuera”.

     Pasé un bonito día comiendo paella en casa de Pepi. Daniel, su marido, tiene una cabra enana con la que juega y a la que saca a pasear cada día como si fuese un perro. Nadie les mira raro. En realidad, allí, lo raro sería que alguien les mirase raro. Hay un ambiente tranquilo en el que la gente vive y deja vivir; aunque en el baúl de sus recuerdos, como en todas partes, también duerma alguna historia oscura. Como aquella que me contó Bienvenida, después de ayudarme a recoger moras de un arbusto, sujetándose a la verja del cementerio mientras reprimía la risa y bajaba la voz “Hacía viento...mucho viento. Luis dejó dicho que no le enterrasen aquí, en el cementerio, porque estaba lleno de gente que hizo mucho mal después de la guerra. Bueno...y después de después de la guerra también. Luis dejó dicho que le incinerasen y tirasen sus cenizas muy cerca, en un prado; pero sobre todo, que lo hiciesen fuera del cementerio...” (y en este momento del relato fue cuando a Bienve le atacaba más la risa) “...y cuando estaban vertiendo las cenizas, un traicionero golpe de viento las hizo revolotear hasta dentro del camposanto” Después de un corto silencio, estallamos en risas, con los bigotes manchados del jugo de las moras que habíamos recogido y comido, y como niñas malas, nos sentimos un poco culpables porque, al fin y al cabo, nos estábamos riendo de un muerto condenado a vagar durante toda la eternidad entre las tumbas de sus enemigos.


     Aquel día, volví a casa cargada con la generosidad de aquellas gentes, o sea, con tres calabacines del tamaño de un zepelín, con tomates de un rojo tan oscuro que jamás había visto, con melocotones tan grandes que podrían haber atascado una presa y con el cariño de todas aquellas personas que apenas me conocían. Pero, sobre todo, con la lección aprendida de que en un ambiente sano, te puedes reír hasta de la muerte.

jueves, 17 de septiembre de 2015


JUEGOS PELIGROSOS



     Os juro que no sé qué ha podido ocurrir entre mis veintisiete y mis cuarenta y siete. El caso es que hoy mismo me he puesto a analizarlo, y como si se tratase de uno de esos juegos de buscar las diez diferencias, las he encontrado; ya lo creo, y de un solo vistazo, además.
     La primera que he percibido, ha sido al recordar que hace unos días, cuando estaba a punto de acabárseme el domingo, susurré con alivio un largo “yupiiii” al ver cómo mi fin de semana no había sido despedazado, como de costumbre, por los cientos de mini planes que el descarado de mi móvil hace por mí en los grupos de wassap. A los veintitantos, un fin de semana sin planes o un teléfono en silencio me habría hundido, sin embargo, en la más profunda de las miserias.
     Y, con estos pensamientos, ha sido como he empezado y, más tarde, me he dejado llevar por el dichoso juego. La segunda, y las demás diferencias, han venido rodadas. Ahora veréis.
     Antes, cuando había fiesta, caían tres botellas de whisky por una de cola; ahora, en mi carro de la compra una de vodka baila sola entre tres de naranja y muchas bolsas de panchitos y risketos. Además, te dejabas las neuronas en calcular que no faltasen vasos de plástico para nadie; ahora, compro un mantel y servilletas de papel decorados a juego, y copas, de plástico, eso si, pero unas muy chulas que he visto en una tienda de decoración... Y el que se encargaba de la bebida, pillaba el tetrabrick más barato (a menos dinero, más calimocho); ahora, paso media hora en la sección de vinos y termino cogiendo un tinto de entre ocho o diez euros para quedar bien, y un verdejo que es el que conoce todo el mundo.
     Hacer deporte, recuerdo que era algo inmoral, pecaminoso, censurable; ahora, me pongo de mala uva el día que no me tiro al suelo aunque sólo sea para hacer los cuatro abdominales, tiranos, que me tienen esclavizada. ¡Ay! dónde se habrán quedado los cereales que solo comía si eran de chocolate; ahora, sin embargo, si no son integrales, ni los pruebo.
     Dejé de fumar un tiempo, sólo pensando en reunir el dinero justo para irme una semana a Gandía (bendita ruta del bacalao); ahora, también me quito de esto y de lo otro, pero para cambiar la secadora que empieza a hacer ruidos raros, o la batidora, o la tostadora...
     Y, para ir acabando, comparo la facilidad con que conciliaba el sueño por encima de aquel calcetín que siempre quedaba extraviado bajo mi cama, con el estrés que ahora me crea el sentarme en el sofá sabiendo que en el fregadero hay platos sucios; el eterno castigo del lunar de mi barbilla que siempre maquillaba para esconderlo, con la soltura con que ahora lo luzco junto a mis arrugas que son parte de mi encanto; y el buscar la compañía de gente con la que pillarme la mejor de las cogorzas, con el estar con las personas con las que más a gusto me siento.

     Como veis, diferencias hay a patadas, con lo cual podría seguir; pero, voy a dejar este juego peligroso, y a dedicarme a otra cosa; por ejemplo, a jugar al ajedrez en contra mía, porque creo que es mejor cavilar y engañarme a mi misma para intentar desterrar con un jaque mate al rey de mi segundo yo, que obsesionarme haciendo cábalas sobre en qué limbo habrán quedado pululando los diecinueve años que mediaban entre mis veintisiete y mis cuarenta y siete primaveras.

viernes, 11 de septiembre de 2015


SI PIDES UN DESEO...



     ¿Alguna vez habéis visto, aunque sólo sea de reojo, una estrella fugaz? Dicen que si pides un deseo a la vez que la descubres, se cumple.

     Ana y yo, una vez, de niñas, vimos una; pero, las prisas del momento, sumadas a nuestra inmadurez, nos hicieron desperdiciar nuestra gran oportunidad pidiendo una solemne tontería. “Que apruebe el examen de química” pedí mirando hacia el cielo, como si no hubiese habido mejores cosas que desear.

     ¿Sabéis para qué utilizo yo las estrellas? Ahora mismo os lo cuento.


     Asun, mi amiga, pasó por momentos muy, muy, pero que muy amargos. Sin siquiera darse cuenta, ella misma se fue aislando de todo; pero a mí, que era la más singular del grupo, una noche y sin venir a cuento, tuve tantas ganas de echarle un cable que no se me ocurrió otra cosa que decirle “sabes que no estás sola, ¿verdad? Haremos una cosa: todos los días, en cuanto anochezca, tú y yo, estemos donde estemos, buscamos en el cielo la primera estrella, y así, no nos sentiremos solas”. Me sentí un poco ridícula después de decírselo; pero, ahí me tenías, todos los días al atardecer, al raso, esperando a que apareciese venus, y aunque sabía que no era una estrella, yo me hacía la loca y me mentía a mi misma ya que tenía prisa por descubrir el primer brillo en el cielo porque Asun lo necesitaba. Las primeras noches, a la hora “H”, le daba un toque con el móvil y ella me respondía. Qué importante era para mí saber que ella no se sentía sola.

     Mucho tiempo más tarde, después de mucho sin vernos, un buen día, como en un duelo de vaqueros, nos enfrentamos en plena calle mayor; ella, en un extremo de la calle, bajo la sombra; yo, en el lado contrario, con el sol abrasador pegándome de lleno en los ojos; y las dos, cuando nos reconocimos, alzando la mirada al cielo al unísono y partiéndonos de la risa recordando los viejos tiempos de nuestra primera estrella; y después, corriendo a abrazarnos y a llorar.


     Desde entonces, las estrellas me gustan, porque en aquellos años horribles, pude descubrir lo bien que te puedes sentir si aprendes a mirarlas como es debido. Nunca he visto ninguna fugaz, la verdad; pero, por si acaso, estoy haciendo acopio de deseos... no sea que, el día menos pensado, cace a una de improviso y me pille sin desear algo importante de verdad.


jueves, 10 de septiembre de 2015


SEPTIEMBRE VERSUS SEPTIEMBRE

   
      Pues sí, al fin he logrado desempolvar mi cerebro de los últimos granos de arena de playa que lo bloqueaban. Ahora, sólo me queda engrasarlo, regándolo con un buen chorro de aceite de oliva en las ensaladas que he tenido olvidadas durante todo el verano, y que hoy mismo vuelven en nuestra puntual cita de cada final de vacaciones. Así que, calculo que, en dos o tres días, los engranajes de mi intelecto quedarán lubricados y listos para volver a mezclar letras con sentido, igual que antes, para que no os aburran demasiado.
      Hoy, tengo poco más que contaros. Si acaso, que septiembre me vuelve loca con su doble cara: una que es mala, malísima; y otra (si la sabes ver) que es buena, buenísima.
      Os preguntaréis que tiene de bueno volver a la rutina ¿no?; o sea, cambiar el mar o la montaña por el triste metro cuadrado de plato de ducha; reducir en un 70% la ingesta de cerveza en terrazas de moda; rescatar del doble fondo del armario, tocándola sólo con dos dedos porque aún hace sol y da un poco repelús, la tonelada de ropa del otoño pasado (total, para no volver a usarla porque, algo en nuestro interior...bueno, y en nuestro exterior también...nos dice que no cabremos en ella); esconder el bronceado que tanto sudor nos ha costado conseguir, bajo las rebecas que hay que empezar a usar ya mismo; volver a sobresaltarnos a las seis de la mañana con la melodía que teníamos olvidada del despertador; mirar de reojo a la bicicleta elíptica a la que llevamos ignorando durante 31 días, y con la que vamos a hacer las paces, si, pero justo hasta antes de que comiencen las navidades.
      De verdad, no es tan difícil; concentraos un poco y veréis, como yo lo veo, todo lo que tiene de bueno el mes de septiembre.
      Todos conmigo: inspirar...espirar...inspirar...espirar... poco a poco, sentiréis que vuestro colesterol vuelve a la normalidad ...inspirar...espirar... vuestras cinturas vuelven a recuperar la medida que tenían antes del desmelene ...inspirar...espirar... vuelve la noción del tiempo que habíamos perdido tras semanas de desayunar a la hora de merendar y cenar a la de desayunar ...inspirar...espirar... volvemos a tutearnos con los compañeros “buenos” del curro, y a intentar putear a los “malos” al igual que ellos a nosotros ...inspirar...espirar... a charlar con la cajera, que es muy simpática, del turno de tarde del mercadona ...inspirar...espirar... se desestresarán nuestros monederos, después de la larga temporada entrando y saliendo del bolso unas trescientas veces al día para pagar botellas de agua a tres euros, menús del día a veinte, gorrillas que te aparcan el coche a dos... y etc, etc, etc...
      ¿Qué? ¿Vais notando ya el recóndito atractivo que tiene el mes de septiembre? Seguro que sí. Feliz futuro otoño a tod@s.



domingo, 6 de septiembre de 2015


    

SI PITÁGORAS LEVANTASE LA CABEZA
Finalista Concurso Microrrelatos Biblioteca de Godella (Valencia)



     “¿Habéis oído lo que se dice?”.
      Se forma un revoloteo de enaguas ennegrecidas y cestas de mimbre llenas de verduras, pollos y demás viandas que se aproximan desde los tenderetes cercanos. La mujer que destripa arenques, arroja cabezas sanguinolentas al suelo mirando a la alcahueta; un hombre que cose sandalias, levanta la cabeza y ve a los convecinos que husmean asomándose a las ventanas por las que escapan olores a grasa de cordero y col.
     La correveidile, diana de todas las miradas, prosigue: “Jorge Juan y Santacilia, acaba de venir de las Américas, y asegura...que la tierra no es redonda”.