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viernes, 14 de agosto de 2015


TIEMPO DE CENIZAS




     Uno, dos, tres, cuatro... Xoan cronometra mentalmente los segundos. Está casi seguro de que esta vez aguantará uno más; pero, unas décimas antes de llegar al quinto, saca la mano de la chimenea porque es incapaz de soportar los lametazos de fuego que están devorando las hojas de papel arrugado, las piñas y las ramas secas que, unos minutos antes, él mismo ha prendido en forma de pequeña pira.

     ¡Buuuu! Bromea Candela, imitando el susurro de un fantasma muy cerca del oído del chico, que la imagina a su espalda, sonriente y con cara de pícara; preciosa, gracias al temblor de la penumbra provocado por el fuego. Le apena no poder quererla un poco más. A veces, piensa que tan sólo consideró la idea de estar con ella por culpa de su nombre “Candela, me llamo Candela”, le dijo un buen rato después de conocerse, y a partir de entonces, empezó a mirarla con otros ojos. Xoan, siente el aliento tibio y próximo de la chica en su nuca, y se acuclilla con la escusa de alimentar la hoguera y así desentenderse de un posible abrazo.

     “No son fantasmas quienes vendrán esta noche, Candela, sino las almas de los difuntos, ¿recuerdas?” le dice el muchacho con la misma ternura cansina con que se lo diría a un niño que no aprende las cosas a pesar de habérselas repetido docenas de veces. Candela, es madrileña castiza, y a veces confunde y mezcla los detalles de las tradiciones gallegas que él y su familia celebran tan a rajatabla. Por eso, la muchacha no entiende muy bien el por qué de algunas de las cosas de las que tendrá que ocuparse en esta última noche de octubre; pero las hará por respeto. Acompañará a Roque y a Antoñina a repartir bolsas de castañas por toda la casa; se tiznará la cara con ceniza junto a los pequeños, Roman y Camino, para repartir sustos entre los mayores; escuchará las historias que cuenten los abuelos, para, así, permanecer en vela y poder rogar que las “almiñas” de sus difuntos puedan salir del purgatorio; y ayudará a Xoan a elegir la madera más dura que haya en la leñera, para echarla a la chimenea a lo largo de la noche y mantener vivas sus brasas hasta que amanezca.


      Esta noche, Xoan está tranquilo, a pesar de todo. Quién le iba a decir a él que sumergir las manos en el agua, le iba a aportar tanta calma. Después de bogar, ha lanzado los remos lo más lejos que ha podido, y no les ha quitado ojo hasta que un último y suave burbujeo los ha terminado de engullir. Y después, sin querer, ha hundido las manos en el agua y se ha relajado.

     No habría podido llegar hasta el centro exacto del lago, en una noche tan cerrada como ésta, sin la brújula de su padre que aún tiene en el bolsillo; le cuesta deshacerse de ella, pero un rato más tarde, la lanzará también al agua, en la misma dirección en la que ha tirado los remos, para que mañana no se vuelvan locos buscando. Pronto le echarán de menos en la casa. Debería darse prisa; pero la paz que le transmite la caricia del agua le hace rezagarse. Ojala su relación con el fuego hubiese sido igual de satisfactoria.



     El fuego engolosinó a Xoan el día que robó su primera cerilla y que, para poder prenderla a gusto, tuvo que esperar escondido bajo una cama hasta que todos salieron de casa. Así fue como en su íntimo escondite, y a solas, confluían por primera vez el sonido de un fósforo al rasparlo contra el suelo, el chasquido de una chispa en la oscuridad y la luz azafranada apareciendo de la nada, que junto a la fascinación que, ya en otras ocasiones, había sentido por el fuego, terminaron por enamorar irremediablemente al muchacho. Más tarde, la explosión de su adolescencia, coincidiendo con el hurto de una última cerilla y con la compra de su primer mechero, motivó a Xoan para que engordase sus pequeños incendios provocados, como un padre precoz que, equivocadamente, ceba a sus hijos por el ansia de verles crecer más deprisa. Papeleras, contenedores de basuras, coches, pequeños huertos abandonados, grandes sembrados ya medio tostados por el sol... A pesar de que los montones de sus cenizas cada vez eran más grandes, su insatisfacción, sin embargo, no adelgazaba; empezó a sentirse como un enamorado cuyo deseo aumenta por momentos, al que su amante le prohíbe el más leve de los roces. Aún así, el chico continuó con su abrasadora, pero frustrante rutina. Pero un día, y a una sola semana de la noche de los difuntos, despechado y cansado, deliberadamente dejó que todo se le fuese de las manos. Vació la lata de gasolina a los pies de un frondoso cedro que, totalmente erguido, buscaba la luz del sol desde el interior de un bosque cercano a su pueblo. El jugueteo del viento, con su ir y venir entre el norte y el sur, ayudado por la pequeña deflagración de su mechero, se encargaron de hacer el resto; mientras, Xoan, a lo lejos, comprendía que jamás, nada, conseguiría saciar su vida por completo.



     Ahora, Xoan, saca las manos del agua y las reseca en su pantalón, pensando en el trasiego de almas entre el más allá y el más acá que ya habrá comenzado en esta última noche de octubre. Lanza la brújula al lago, junto a la oscura y profunda soledad de los remos; y, sin demorarse por más tiempo, con movimientos estudiados, continúa con el plan que tenía trazado desde hacía tiempo, preparando los detalles para su última cita de enamorados.

     Echa una última mirada a su alrededor, reclamando a su amante que venga a su lado; y para ello, lanza al fondo de la barca, embadurnado en gasolina,  una cerilla encendida.

     En cuanto las llamas se le acercan, veloces y rabiosas, Xoan va contando por última vez los segundos, esta vez eternos, de su primera caricia...uno, dos, tres, cuatro, cinco...
















4 comentarios:

  1. Me encantó de la primera letra al último punto.

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  2. Gracias.
    Entonces, seguirá habiendo más letras y más puntos.
    Un saludo.

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  3. Por una parte me lo esperaba y por otra no; por eso me gusta muchísimo más. Es un relato "diferente" y maravilloso a la vez. ¡Es de mis favoritos! *-*

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  4. Gracias, Ross. Eres muy amable.
    A mi también me gusta que las historias me hagan dudar ligeramente; tiene su encanto.
    un beso.

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