GAS
STATION OF HORRORS
Estás tan tranquilo; tumbado en el
sofá con el ventilador del techo mareado después de horas dando
vueltas sobre tu ombligo; fresquito, con un vaso rebosante de hielos
nadando dentro de tu refresco; reposando el plato de judías de
Tolosa y el de caldereta de cordero regado con un buen vino manchego,
seguido por los correspondientes postre y café que te han servido en
un restaurante muy coqueto que hay a la vuelta de la esquina. Pero,
de repente, tienes la feliz idea de ir a la gasolinera “ahora, que
habrá poca gente, y para no ir mañana que es domingo y que da
muchísima pereza”.
Te vas acercando, pero como vas
distraído (pensando en qué vas a cenar, a pesar de que acabas de
meterte entre pecho y espalda el plato de judías, el de cordero, la
tarta de queso con arándanos y el café bombón con un buen pegote
de nata) te embocas en el surtidor número cuatro, que es el que
acostumbras a usar, sin darte cuenta de la enorme cola de vehículos
que esperan delante de ti.
Cuando caes en la cuenta de que has
elegido el peor de los días (nada más y nada menos que el primer
fin de semana de operación salida de agosto) para ir a una de esas
gasolineras que se parecen al “Ikea” (una de esas tiendas en las
que te lo tienes que hacer todo tu sólo: elegir producto, buscarlo,
cargarlo en el carro y montarlo una vez que te lo has llevado a
casa); como digo, sólo entonces es tarde para dar marcha atrás, ya
que a tus espaldas acaban de colocarse otros cuantos incautos como
tú, pesados y cabezotas que no piensan moverse ni unos centímetros
para dejarte recular. Pero, en fin, ya que estás de esa guisa,
decides quedarte.
Dentro de la gasolinera, vuelves a
hacer otra cola para que abran tu surtidor, detrás de veinte
personas que tienen dudas existenciales porque no saben si elegir una
bolsa de Doritos Extreme o una chocolatina Mars (que digo yo, si no
son incompatibles, ni mezclan tan mal como el vino tinto con el
marisco ¿por qué no se cogen ambas?).
En fin, veinticinco minutos después
sigues delante del surtidor, tratando de adivinar cual será el del
diésel normal, si el verde, el negro, el blanco o el dorado; y, una
vez resuelto el dilema, poniéndote perdidas las manos de gas-oil
(entre otras sustancias pringosas que mejor ni piensas qué podrían
ser) porque, claro, como sólo habían preparado cien guantes de
plástico, pero hemos ido doscientas personas y cada una tenemos dos
manos, pues se han acabado antes de la cuenta.
Escurrida hasta la última gota del
combustible (pues los precios están por las nubes) cantas victoria
antes de tiempo porque se te olvida que tienes que volver a entrar a
la gasolinera y hacer una nueva cola para pagar; esta vez con una
pequeña ventaja: los clientes ya tienen en su poder la bolsa de
Doritos extreme o las chocolatinas (recordad, nunca ambas) y por lo
tanto, ahora, la espera se hace más leve.
Pero, hay que pasar una última
prueba antes de volver al sofá, para beber ese refresco que ya
estará sin hielos y para continuar con la película que habías
empezado a ver, y que ya estará medio terminada (una chorrada de
película, pero por la que, de repente, sientes un deseo enorme de no
perderte su final). Bueno, pues volviendo a esa última prueba de la
que hablaba: hay que contestarle al señor de la gasolinera a los
millones de preguntas que te hace sobre si tienes tal o cual tarjeta
de crédito, de puntos y de promociones, además de contestarle, lo
más educadamente que puedas, que no, que no necesitas comprar ni una
bolsa de Doritos extreme, ni una chocolatina Mars.
Y ahora, decidid vosotros: ¿”Gas
station of horrors” es, o no es un buen título para una película
de terror?
Día de pesadilla que, algúna vez que otra, todos hemos vivido; jaja
ResponderEliminarSi, jajaja.
ResponderEliminarNo escarmentamos, los humanos, ¿eh?
Yo, a fuerza de recaídas, he terminado por aficionarme a los Doritos Extreme, jaja.
Un besito, Clary.