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martes, 4 de agosto de 2015


GAS STATION OF HORRORS




     Estás tan tranquilo; tumbado en el sofá con el ventilador del techo mareado después de horas dando vueltas sobre tu ombligo; fresquito, con un vaso rebosante de hielos nadando dentro de tu refresco; reposando el plato de judías de Tolosa y el de caldereta de cordero regado con un buen vino manchego, seguido por los correspondientes postre y café que te han servido en un restaurante muy coqueto que hay a la vuelta de la esquina. Pero, de repente, tienes la feliz idea de ir a la gasolinera “ahora, que habrá poca gente, y para no ir mañana que es domingo y que da muchísima pereza”.

     Te vas acercando, pero como vas distraído (pensando en qué vas a cenar, a pesar de que acabas de meterte entre pecho y espalda el plato de judías, el de cordero, la tarta de queso con arándanos y el café bombón con un buen pegote de nata) te embocas en el surtidor número cuatro, que es el que acostumbras a usar, sin darte cuenta de la enorme cola de vehículos que esperan delante de ti.

     Cuando caes en la cuenta de que has elegido el peor de los días (nada más y nada menos que el primer fin de semana de operación salida de agosto) para ir a una de esas gasolineras que se parecen al “Ikea” (una de esas tiendas en las que te lo tienes que hacer todo tu sólo: elegir producto, buscarlo, cargarlo en el carro y montarlo una vez que te lo has llevado a casa); como digo, sólo entonces es tarde para dar marcha atrás, ya que a tus espaldas acaban de colocarse otros cuantos incautos como tú, pesados y cabezotas que no piensan moverse ni unos centímetros para dejarte recular. Pero, en fin, ya que estás de esa guisa, decides quedarte.

     Dentro de la gasolinera, vuelves a hacer otra cola para que abran tu surtidor, detrás de veinte personas que tienen dudas existenciales porque no saben si elegir una bolsa de Doritos Extreme o una chocolatina Mars (que digo yo, si no son incompatibles, ni mezclan tan mal como el vino tinto con el marisco ¿por qué no se cogen ambas?).

     En fin, veinticinco minutos después sigues delante del surtidor, tratando de adivinar cual será el del diésel normal, si el verde, el negro, el blanco o el dorado; y, una vez resuelto el dilema, poniéndote perdidas las manos de gas-oil (entre otras sustancias pringosas que mejor ni piensas qué podrían ser) porque, claro, como sólo habían preparado cien guantes de plástico, pero hemos ido doscientas personas y cada una tenemos dos manos, pues se han acabado antes de la cuenta.

     Escurrida hasta la última gota del combustible (pues los precios están por las nubes) cantas victoria antes de tiempo porque se te olvida que tienes que volver a entrar a la gasolinera y hacer una nueva cola para pagar; esta vez con una pequeña ventaja: los clientes ya tienen en su poder la bolsa de Doritos extreme o las chocolatinas (recordad, nunca ambas) y por lo tanto, ahora, la espera se hace más leve.

     Pero, hay que pasar una última prueba antes de volver al sofá, para beber ese refresco que ya estará sin hielos y para continuar con la película que habías empezado a ver, y que ya estará medio terminada (una chorrada de película, pero por la que, de repente, sientes un deseo enorme de no perderte su final). Bueno, pues volviendo a esa última prueba de la que hablaba: hay que contestarle al señor de la gasolinera a los millones de preguntas que te hace sobre si tienes tal o cual tarjeta de crédito, de puntos y de promociones, además de contestarle, lo más educadamente que puedas, que no, que no necesitas comprar ni una bolsa de Doritos extreme, ni una chocolatina Mars.


     Y ahora, decidid vosotros: ¿”Gas station of horrors” es, o no es un buen título para una película de terror?



2 comentarios:

  1. Día de pesadilla que, algúna vez que otra, todos hemos vivido; jaja

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  2. Si, jajaja.
    No escarmentamos, los humanos, ¿eh?
    Yo, a fuerza de recaídas, he terminado por aficionarme a los Doritos Extreme, jaja.
    Un besito, Clary.

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