HISTORIAS
DE PERDEDORES
Esta es la historia de un bohemio, una romántica, y una soñadora.
Me pregunto por qué siempre pierden los mejores.
Eugenio, desde que nació, estaba destinado a reponer las
estanterías del súper de sus padres. Pero un buen día, decidió
que iba a comerse el mundo con su guitarra a cuestas; enamoraría a
todas las chicas, y sólo volvería a respirar aires que oliesen a
hierba para que abriesen su mente y así componer canciones de las
que alimentarse.
Reconozco que me encandiló el mismo día que clavó sus pómulos huesudos en mi
cara cuando mi hermano nos presentó; tan delgado y con su
pelo negro interminable. Pero, un buen día le perdimos el rastro y
dejamos de saber de él. Después, alguien nos contó que
le había visto por los intestinos de Madrid, pidiendo en el metro
las monedas justas para poder sobrevivir, a cambio de los lamentos
que le arrancaba a su guitarra.
Han pasado muchos años, ya no tiene edad para seguir engañándose
con sus propios sueños. Espero que su despertar no esté siendo
demasiado desagradable.
Nicoletta, hace mucho tiempo, vino de Rumanía y se enamoró
perdidamente de Javier. Tanto, como para darle un hijo y quedarse en
España en unos tiempos en que nuestro país aún no era un paraíso
para los extranjeros. Ella, en su tierra, tenía varias carreras y un
buen trabajo; suficiente para vivir más que bien en un país
inhóspito como el suyo. Pero, decidió afincarse aquí sin consultar
a su cabeza, movida tan solo por su corazón. La chica guapa,
inteligente, culta y de saber estar, tuvo que dejar de lado toda su
clase para aceptar una serie de trabajos que, si bien es verdad, no
llegaban a ser indignos, tampoco eran lo que había soñado. Y se
remangó, lavó platos, vasos y suelos; y cuidó a viejecitos
extraños; y dio biberones a niños que no eran suyos; y durante años
desempeñó un papel que a nadie le hubiera gustado, sólo para ser
feliz junto a Javier. Pero, no contaron con que la gran crisis
económica que llegaría más tarde, iba a minar sus bolsillos de tal
manera, que provocaría un sinfín de situaciones difíciles que
terminarían con su relación.
La última vez que hablamos, la separaban 336 km de Javier y 3.173
de Rumanía, una tierra que ya no sentía suya.
Mónica, sueña con escribir la gran novela de su vida; una historia
que la consagre como escritora de una vez por todas. Dice que siente
cómo le late dentro, pero no lo hace convencida; y mientras se
desvive auscultando su pecho en busca de esos latidos que en realidad
no existen, deja que su padre la mime. El hombre, por amor, la motiva
para que siga escribiendo sus bagatelas, y en cuanto ve que está a
punto de rematar una nueva obra, corre a llamar a una de esas
editoriales que publican cualquier cosa que les lleves, para no dejar
a su hija en la estacada con doscientas páginas sueltas por los
cajones. Así que, una vez al año, más o menos, aparece cargado con
una caja de cartón en la que nos lleva los sueños frustrados y
encuadernados de la niña; y los quince o veinte compañeros se los
quitamos de las manos, movidos tan sólo por nuestro aprecio. Ese
día, ella suele acompañarle al trabajo, y nos va dedicando el libro
uno a uno, con su melena larga y ondulada de escritora, pero con un
gesto como de apocada, de ir a salir corriendo; la verdad, no sé si
por pura timidez o porque anda un poco avergonzada porque sabe que la
historia que acaba de vendernos no es buena.
Como habéis visto, ésta es una historia en la que no hay ni buenos ni malos; una
sencilla y común historia de personajes superados por la dura
realidad. Aunque, no por eso, los que seamos soñadores, románticos,
solitarios, mendigos de talento, apátridas o bohemios, vamos a privarnos de vivir como lo que somos sólo por miedo a no llegar
a triunfar ¿no creéis?. Yo, al menos, no lo pienso hacer.
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