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sábado, 31 de octubre de 2015


BENDITA LADRONA DE CUERPOS



     Una lejana noche de Hallowen, mientras pagaba a una camarera, me robaron a mi chico. Sí, habéis leído bien, me lo quitaron. Mientras aquella ojerosa muchacha extendía su mano sobre la mía para liberar sobre ella el tintineo de las monedas de la vuelta, supe que algo estaba ocurriendo a mi espalda. Con el revoloteo de aquella premonición ensombreciendo mis cejas, me volví muy despacio. Y allí, entre las vaharadas de los cafés de nuestra mesa, descubrí el revoloteo de aquella primera mirada de ternura entre Miguel y mi amiga Ana. Por fortuna, todo empezaba a funcionar.
     Miguel, desde siempre había suspirado por mí, y estaba tan seguro de sí mismo que cometió el pequeño error de dar por hecho que yo también lo hacía por él (bueno, conociendo ahora lo planificador que fue siempre, más que suspirar por mí creo que le entraron las prisas por crear un hogar; y yo, que pasaba por allí, sin darme cuenta me puse a tiro entre la mirilla y sus planes de futuro, dejando que el pobre chico demostrase su mala puntería dando de lleno en el blanco equivocado).
     El caso es que la inercia, que a veces es terrible, me hizo perder un par de años junto a éste torpe don juan. Y digo bien, fueron terribles, además de raros. Reconozco que la parte terrible la puse yo. A pesar de estar con él, mi corazón se escapaba a ratos por otros caminos; caminos que cuanto más enrevesados eran y más lejos llegaban más me acomodaba a ellos. De la parte rara, sin embargo, se encargó Ana, que sin ninguno darnos cuenta y con una extraña habilidad para modelar la geometría de nuestros sentimientos, terminó convirtiendo lo nuestro en un incómodo triángulo (más para ellos que para mí que, por fortuna, descubrí en uno de sus vértices un pequeño resquicio por el que poder escapar). Así fue como urdí mi plan para aquella noche de Hallowen, que ni siquiera llegaba a ser plan porque lo cierto es que, a aquéllas alturas, ya los tres sabíamos que los tres sabíamos lo que estaba pasando.
       Cité a ambos, haciéndoles creer que los tres saldríamos disfrazados. Todos fuimos puntuales. Miguel, ataviado como “Fétido Addams”, llegó tan lúgubre y oscuro como el original. Ana, emulando a la “novia cadáver”, vino pálida y primorosamente envuelta en un vestido etéreo y sucio. Y yo, deliberadamente vestida con unos de mis Levi´s y una camiseta de universitaria. Y como yo había esperado, aquel encuentro (que tan claramente nos diferenciaba a los vivos de los muertos) fue igual de extraño que en su día nuestro singular triángulo.
     Después de la cena, pedimos: yo un descafeinado, ellos, café bombón. Y todo fluyó en aquella noche mágica. Reímos, charlamos, me levanté a pagar. Y al darme la vuelta, comprendí que por fin sería libre. Parecían los personajes de un precioso cuento de amores de cementerio, con toda aquella delicadeza camuflada tras sus aspectos siniestros.
     Tuve que dejarles solos; porque había quedado con un montón de niños que, vestidos de muertos, estarían a punto de aporrear mi puerta para darme a elegir entre un truco o un trato.
     En fin, creo que sobra que diga que “Fétido” y “la novia cadáver” fueron felices y comieron perdices...
     ...y yo, por mi lado, también.

4 comentarios:

  1. Gracias a ti por este relato 'halloweeniense'... ;)
    Saludos,

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    1. Gracias, Carmen; por leerme y comentarme.
      Irresistible, el tema Halloween, para los relatistas cortos.
      Un saludo.

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  2. Muy aparente este relato, me gustó mucho ese trasfondo amor-muerte en vida jajaa ¡como la mismísima realidad!
    Yo estuve pensando durante un rato ponerme a escribir algo sobre el tema..., pero llevo unos días de lluvia interior, acompañando a la que veo caer tras la ventana, así es que me embobé demasiado y no lo hice. El próximo...
    Un abrazo.

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    Respuestas
    1. Ya sé que tú, a cualquier combinado que lleve amor (ya sea mezclado con vida, con refresco de cola o con un chorrito de la mismisima muerte) sabes encontrarle el lado atractivo.
      En cuanto a esa lluvia interior; ya sabes lo que pasa con las flores cuando las riegas, ¿no?; utilízala para eso, para que en tu alma estalle un precioso jardín (corrijo...más precioso aún del que ya hay).
      Besos.

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