UNA
PITONISA CON CORAZÓN DE CACHELO
Rosalía, que es una chica muy especial, te hace sentir
muy a gusto a su lado porque tiene un acento canario muy dulce y un
corazón blanco y grande como una patata de invierno.
A la casa de Rosalía, que a veces es sonámbula, para
evitar accidentes estúpidos en medio del sueño, se sube bajando y
se baja subiendo. Su dormitorio, el salón y la cocina quedan en el
sótano, y en la planta alta, sin embargo, guarda todo aquello que
nunca nadie guardaría: cosas pesadas como una moto, una bicicleta
azul y un montón de cajas inmensas repletas de trastos.
A mí me encanta el olor de su casa porque allí todo
huele diferente; ni las rosas de sus jarrones tienen aroma de flores, ni el café que te prepara huele ni sabe a café. En la primera
planta, que es donde a Rosalía le es más fácil hablar con los
muertos, ha puesto una consulta y un pequeño baño en los que nunca
huele a nada.
Rosalía, que no es una pitonisa como las demás, no
quiere engañar a nadie. Ya la madre de su abuela, su abuela y su
madre también fueron especiales, y es por eso que ella tiene dudas
sobre si sus dotes adivinatorias le fueron dadas por algún extraño
gen esotérico o sólo por la sugestión de haber visto siempre a las
mujeres de su vida, confundidas entre las lisonjas de sus misterios y
las vaharadas de incienso que ambientaban toda la casa.
No es fácil creer en ella, y ella lo sabe. Vive de una
pequeña ayuda que el estado le da por estar más sola que la una y
por no ver prácticamente nada, creo que con su ojo izquierdo; así que no cobra ni un sólo céntimo por sus consultas porque sabe
vivir con poco y porque le tiene un pelín de miedo a equivocarse y que
sus errores defrauden a alguien.
Rosalía tuvo una pequeña crisis hace unos años, y
durante un tiempo dejó de hablar con los muertos y de echar las
cartas; decía que le ponía muy triste que las ánimas nunca
tuviesen nada bueno que decir a sus familiares, los cuales, tras
escuchar las penurias de sus difuntos, se iban marchitos por el mismo
camino por el que minutos antes habían llegado ilusionados. La
verdad, es que desde niña supo que si lo seguía, aquel iba a ser un
camino mustio; y lo descubrió el mismo día en que su madre le contó que
había enfermado, y un rato después, en uno de sus primeros
coqueteos con la quiromancia, pudo ver cómo las líneas de la mano de la mujer comenzaban a difuminarse. Fue por aquella época que maduró
de repente; quizá, tras comprobar que no había servido de nada ir
corriendo a por su rotulador color carne para remarcar con él las líneas de la vida, que empezaban a borrarse, de la palma de la mano de
su madre.
Rosalía, hace unos meses que ha cerrado su consulta a
cal y canto. Dice que no va a volver a abrirla jamás, que, total,
desde que empezó la crisis ve totalmente negro el futuro de todo el
mundo; además, ahora son los muertos los que se ponen tristes cuando
ven llegar a sus familiares totalmente hundidos para que ella les
invoque en su consulta. Y es que, tal vez, Rosalía tenga miedo a
caer de nuevo en una de sus crisis, y que su corazón grande y blanco
como una patata de invierno termine partido en cachelos y en el fondo
de un gran perol, enriqueciendo y espesando a fuego lento, muy muy lento,
algún extraño guiso de aflicción y melancolía.
¡Qué divertido ha sido leerte! Me gustaría tener una amiga como Rosalía, una amiga con el corazón blanco y grande como una patata de invierno :)
ResponderEliminarHola Irene, bienvenida. Qué bien que mi relato te haya divertido. ¿Sabes? si lo sabes ver, el mundo está lleno de Rosalías; sólo es cuestión de aguzar los sentidos y seguir el eco de sus latidos. Ojalá encuentres a alguien con un corazón así.
EliminarGracias y besitos.
Ese puntito de tristeza que da el estar manejándose todo el día con la muerte y la mala leche de los vivos, no empaña el enorme sentido común de Rosalía y el magnífico tino (ocular y del otro) que tienes, amiga, para contarlo.
ResponderEliminarCreo que tienes razón en todo: en eso de que la mala leche de los vivos es la que empaña el sentido común (el mío, al menos, a veces); pero, sobre todo en lo de que tengo buen tino (a tí te eché el ojo...y ya ves que contigo no me he equivocado).
EliminarNo cambies, Climent. Un abrazo.
Yo iba para adivina, siempre me encantó el atuendo tan hippy que llevan, las bolas, las velas y todo lo demás, incluso el gato. Pero, me pasaba lo mismo, me daba pena fallar y meter la pata.
ResponderEliminarBuenísimo tu relato Luz, ¡tu si que no bajas nunca de diez!
Besos.
Si, te imagino en la tienda de mobiliario para pitonisas, buscando una cortina de cuentas con irisaciones azules que hiciesen juego con la bola de cristal, con el reverso de las cartas del tarot y con tu ropa y abalorios; como siempre, tan maravillosa y coquetona, tú.
EliminarMuchas gracias por tu nota (creo que desmesurada, pero que acepto encantada), y muchos besos.