Powered By Blogger

miércoles, 11 de noviembre de 2015



MI AMIGA ERA UNA AUTÉNTICA PAYASA

         Esmeralda, desde que nació, estuvo abocada a ser payasa. A medida que crecía, sus pómulos se fueron chispeando de pecas y los lóbulos de su nariz aparecían cada día un poco más rechonchos y redondeados. Pero, al igual que un buen tinto necesita años de oscuridad para ser añejo o un buen guiso, reposado, puede llegar al colmo de un paladar, un auténtico payaso también necesita su tiempo para que su disfraz de colorines y su exagerada sonrisa de cera queden en perfecta armonía con ese toque gris y mustio que sólo da el haber consumido parte de una vida.

         Cuando Esmeralda cumplió treinta años su nariz ya había alcanzado la redondez perfecta, en sus mofletes no quedaba sitio para una peca más y tenía el corazón dolido en la medida justa para que la melancolía se entreviese por entre los maquillajes y las telas alegres. Al fin estaba preparada para poder compaginar su anodino turno de día en la caja del súper, con el arte de hacer feliz al resto del mundo por las tardes. Así que se enfundó una de esas bolas de espuma roja en la nariz, pintó un gran cerco blanco alrededor de su boca y se vistió con rasos y tules de los tonos más dispares para dar sus primeros pasos con su treinta y seis de pie haciendo eco en el interior de dos grandes zapatones verdes.

         Una vez tomé café en su casa. Tenía que actuar esa tarde, pero aún llevaba puesta su ropa: las manoletinas de una chica inteligente cuyos padres no dejaron que fuese a la universidad, fastidiando así una fracción de su vida; los vaqueros de una mujer cuyo marido es un cero a la izquierda, anulado por su madre; y la camiseta de una ma de dos niños demasiado pequeños para ver como sus papis descuartizaban un matrimonio. Le pregunté cómo era capaz de hacer reír a la gente con todo lo que tenía encima. Me contestó que no lo sabía.

         Después de contarme todas sus cosas fue a vestirse con su traje para la función. Cuando volvió, la vi maravillosa, y pensé que entonces sí que iba vestida de ella misma; y que era una payasa auténtica, con ese fantástico punto triste asomando por detrás de su peluca tricolor y una lágrima dibujada bajo su ojo derecho escondiendo otras más reales.

         Luego, en el teatro, al comenzar el espectáculo casi se la tragan el escenario y las rancias cortinas de terciopelo beige; ella tan bajita, y sobre su pequeñez aquel techo que le quedaba tan lejos. Después, apretó el claxon de su bocina, y todo el mundo se echó a reír. 


5 comentarios:

  1. Me has puesto triste, Luz. Con esa tristeza amarga que siempre me da cuando hablamos de payasos, de los que ríen por fuera y lloran por dentro, de los que dicen que dicen y hacen lo que hacen. Hoy me has hecho pensar en las dos vidas que todos llevamos. Y no sé si me ha gustado. Hurgar dentro de uno mismo, siempre duele.(Aunque tomes aspirinas).
    Pero quiero más de estos. Me hacen pensar en cosas "serias" Y falta me hace.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola, amigo. No debes obligarte a pensar en cosas serias, sólo tienes que seguir siendo tu mismo; eres genial (lo sabes, lo sé, lo saben); pero sobre todo, deja de tomar aspirina, y el ibuprofeno...ni tocarlo; el gran hombre de arte que llevas dentro debería saber que ese dolor del que hablas nos es imprescindible para poder dar a luz nuestras mejores obras.
      No te preocupes, que habrá más de estos, ahora que tú me lo pides.
      Un abrazo.

      Eliminar
  2. Es mucho más fácil sonreír que explicar porqué estás triste... Pero para ello, hay que practicar mucho ante el espejo, a solas, y sentir que puedes hacer que sean primero tus ojos los que sonríen, y que tus labios los sigan, así, con naturalidad, sin forzar nada. Después todo irá rodado, habrás convencido al espejo, y este, te engañará incluso a ti, para que después tu transmitas fácilmente lo que pretendes.
    Buenísimo, no puede ser de otro modo si lo escribes tu.
    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Veo que podrías hacer una tesis sobre el arte de sonreír. Con ese fantástico juego de espejos, acabas de convencerme de que tienes toda la razón: "es más fácil sonreír que explicar por qué estás triste".
      Una vez más, gracias por regalarme una frase estupenda, amiga; y muchos besos.

      Eliminar
  3. Tal vez sea así, Julio David; aunque yo creo que todas las personas tenemos esa capacidad de exteriorizar cosas que no sentimos e interiorizar otras que sí, tanto si escribimos como si no. En fin; ya sabes cómo son las cosas del corazón.
    Gracias por leerme y un saludo.

    ResponderEliminar