EL
BLUES DEL AUTOBÚS
Media hora al día durante doscientas seis jornadas son ciento tres
horas. Esos seis mil ciento ochenta minutos son los que paso en un
año compartiendo el autobús del curro con las mismas personas.
Demasiados minutos recorriendo el mismo camino; el mismo paisaje
tintando nuestras ventanillas; las mismas cabezadas de los unos,
cercanas a las de los otros. Demasiado tiempo como para
desperdiciarlo sin tratar de imaginar sus vidas.
Cada día, con la precisión de relojes suizos, cada uno de nosotros
se sienta en el mismo asiento del día anterior provocando con ello
un eterno “déjà vu”; podría decirse que el tiempo se para,
cuando subo al vehículo, de no ser porque veo cómo la barba del
conductor, que debe de afeitarse tan solo los sábados, va creciendo
gradualmente de lunes a viernes. No me cabe duda de que es un hombre
metódico, delicado; lo sé por su forma de acariciar los pasos de
cebra cuando vamos llegando a uno, por la manera en que abraza las
curvas cerradas que ya se conoce. Y me gusta imaginarle en su casa,
organizado, detallista, quizá romántico.
Javier va delante; extremadamente aseado, vestido de marca,
demasiado perfumado. Es controlador; clava los ojos en la carretera
como si fuera conduciendo él, y hace amagos de frenar, apretando los
dientes, cuando llegamos a un semáforo cerrado. Que desconfíe de
esa manera de un señor que lleva treinta y tantos años pegado a un
volante no dice mucho en su favor; y me acuerdo de Lucía, su mujer, y
no me gustaría ser ella, porque me da por pensar que quizá Álvaro
no la deje ser dueña ni del nombre de sus niños, ni del color de
sus cortinas, ni de la raza de su perro, ni de nada porque
probablemente sea él quien se ocupe de elegirlo todo.
Detrás, se coloca un chaval musculoso, lleno de tatuajes, con la
cabeza absolutamente rapada. Siempre lleva chándal, y va de manga
corta hasta en invierno, sin duda para no esconder sus brazos
entintados con esos símbolos que le hacen parecer un tipo duro. ¡Qué
ingenuo!, yo no me trago su disfraz de chico malo; probablemente sea
el oso más grande de todos, pero de peluche. Todos los días, cuando
nos ponemos en marcha, le susurra muy bajito a su móvil para que
nadie le escuche: “ya estoy en el autobús; luego te veo...yo
también te quiero”
Dos asientos por detrás de él, y uno por delante de mí, viaja un
chico enamorado de su libro. Siempre trae el mismo, uno escrito en
alemán. No sigue un orden de lectura, sino que cada día lo abre de
manera aleatoria por cualquier página, relee un poco, acaricia sus
hojas al pasarlas, y más tarde, ya cerrado, lo abraza sobre su
pecho. Y observando al chico lector me quedo hasta nuestro destino,
porque es el personaje que más me cuesta entender y porque me
gustaría dedicarle más tiempo y poder imaginar la preciosa historia
de amor que tenga que ver con su talismán de papel.
Pero el vehículo frena inevitable y suavemente para invitarnos a
salir con el ruido de fuelle de sus puertas. Vamos bajando, y a punto
de pisar el suelo me despido del conductor y le lanzo una última
ojeada; sólo intento guardar en la memoria el espesor del vello de su
mentón para poder compararla con la del día siguiente y así saber
que realmente transcurre el tiempo en ese autobús.
En la calle, la
vida sigue a la velocidad de vértigo de cualquier otro día de
trabajo.
¡Me ha gustado muchísimo! También tengo un relato donde mi protagonista se dedica a analizar la gente que tiene a su alrededor en la carretera, y les hace las vidas que cree que tienen. Es algo que personalmente me gusta mucho hacer. El personaje lector me parece realmente intrigante, ¡Ojalá se supiera más de él! Muy bueno, Luz :)
ResponderEliminarPD: ¿La imagen final tiene que ver con el relato? No están muertos en realidad, ¿No? o.o
Jaja, están vivitos y coleando, Aída; busqué una imagen misteriosa por lo que dije de que el tiempo parece pararse dentro del bus.
EliminarMe gusta la gente prolífica; tú lo eres escribiendo, por lo que veo. Tenemos imaginación...somos observadoras...no dejemos de escribir!
Un saludo.
¡Hola, Luz! A mí también me ha gustado muchísimo el relato y, como bien dice Aída, me gustaría saber un poco más de ellos, pero sobre todo del misterioso lector. Mi más sincera enhorabuena porque has conseguido que la intriga se apodere de nosotras y no nos quiera soltar :D
ResponderEliminarDesde ya te sigo para no perderme mucho de tus escritos.
Tendrás que vivir con la duda, R. (tu nombre, por ejemplo, para mí es una duda...¿Rocío...Ruth...Rosa...? jaja). A mí me gustan los relatos que me llenan de preguntas, que tienen finales difusos; me dejan un regusto excitante.
EliminarAgradezco que me sigas, R. Un saludo.
¡Es un misterio, Luz! Pero eres la primera que no dice como primer nombre "Rosa", menos mal. Como bien me has dicho, tendrás que vivir con la duda... Bueno, mira, te diré que puedes llamarme Ross (pero no me llamo Rosa ¿eh?). Seguramente en cualquier momento sabrás qué se esconde tras la R :D
EliminarNo tienes nada que agradecer, lo mereces.
Gracias por desvelarme parte de tu secreto, Ross.
EliminarCreo que no dije Rosa en primer lugar porque el color rosa no me gusta demasiado (soy rebelde y siempre he llevado mal la carga sexista de los colores; ya sabes "el rosa para las chicas...el azul para los chicos..." jajaja.) Bueno, cuando llegue el momento tal vez sabré que se esconde tras esa R tan misteriosa, seré paciente.
Un saludo.
Hola!!
ResponderEliminarVaya la verdad es que una vez se empieza a leer la primera palabra no se puede dejar hasta el final. Y encima es que te acabas preguntado lo mismo que han dicho las chicas. Así que espero seguir pasándome por aquí, para mucho más, por que me ha encantado esta entrada.
Besitos!
Gracias Rafelina.
Eliminar¿Sabes?, a mí también me ha enganchado tu comentario, porque no hay nada mejor para un escritor que alguien le diga que lo que escribe tiene sentido. Tienes las puertas de mi blog abiertas.
Besos.
Estoy intrigadísimo por ver que demonios lee esa criatura en alemán. Espero que no esté aprendiendo para hacernos más recortes.
ResponderEliminarA lo mejor hasta voy a aprender yo también.
Bienvenido a mi humilde morada, textilereador. ¿Puedo tutearte o abreviarte? Texti estaría bien.
EliminarQuerido texti ¿de verdad crees que aún queda algo por recortar?. Relájate y sé feliz. Mira, mañana me sentaré al lado del muchacho del libro y cuando no me mire, justo en el momento en que cierre el libro y lo abrace sobre su pecho, miraré de reojo el título; y entonces, sólo entonces, podremos salir de dudas (aunque si en la portada descubro una foto de Ángela Merkel, el alma de mi relato quedará a la altura del betún).
Muchas gracias por traer tu sentido del humor a mi blog, pintor.
Muchos besos.
Dile al muchachote que en vez de abrazar al libro le dé un buen achuchón a alguna preciosidad de las que irán en el bus. Idiomas, no sé, pero seguro que puede enseñarle más que un libro (por muy alemán que sea).
EliminarLo de Texti, seguro que me acaba gustando.
Texti, creo que no soy quien para entrometerme en su historia de amor; dejémosle ser feliz a su manera ¿no?.
EliminarOtra vez besitos, y gracias (por venir y por ese paraguas mágico que te hace desear pisotear los charcos).
Está claro que el escritor, aficionado o profesional, tiene siempre a punto esa capacidad de mirar, de fundirse y recrear su entorno, que adquiere tintes poéticos como en tu hermoso relato. Supongo que es algo inevitable, ver, crear o intuir historias a nuestro paso.
ResponderEliminarUn abrazo!!
Debe ser algo así. Yo, me considero una persona despistada y poco mirona en general. Pero, hay momentos en que estoy tan receptiva que me doy auténtico miedo, porque todo, absolutamente todo lo que se cruza en mi camino (literalmente hablando) provoca una nueva historia.
EliminarGracias, Gerardo. Un abrazo.
Pedazo de viaje me acabo de pegar sentada a tu lado, mirando cada vez que señalabas a alguien y bebiéndome cada descripción, cada tatuaje, oliendo ese perfume envolvente, intentando ver el título de aquél libro abrazado... y como no, mirando esas barbitas del conductor jjajaja
ResponderEliminar¡Eres única e inigualable!
¿Sabes? Es a esa imaginación tuya a la que debes agradecer el pedazo viaje que te has pegado; y yo a ti que a partir de ahora no vaya a sentirme sola camino del curro (siento obligarte a madrugar; el bus me recoge a las seis de la madrugada, jaja).
EliminarGracias por esos preciosos piropos "única e inigualable"; cada día de mi vida he perseguido serlo (casi o al menos tanto como tú).
Un beso, amiga