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domingo, 29 de noviembre de 2015

UNA MALDICIÓN HÍBRIDA


      “Mardita sea tu estampa y mecagüen tu raza, ojalá te lo gastes en medicinas” le deseó la Reme, con toda su alma, a un chico que montaba en bicicleta y que se cruzó en su camino. Y luego entró al herbolario y me saludó con su excesiva zalamería de siempre “hola, Gema, guaapa”; y haciéndose la remolona, se fue remetiendo entre el resto de los clientes para que la atendiesen antes que a nadie.

      A la Reme la perdía su boca y aquel fuerte temperamento de gitana; en ella, todo era desmesurado: el color oscuro de sus labios, la profundidad de las cuencas de sus ojos y sus ademanes de mujer constantemente airada con la vida. Nos conocíamos porque, durante los meses que su padre había estado en la cárcel, iba todas las semanas con su madre adonde yo trabajaba; la mujer sólo buscaba engatusarme para que le escribiese las cartas a su hombre “...es que tienes una letra mu bonita, Gema, por eso vengo aquí...¿un cigarro no tendrás? que a luego te lo devuelvo...”. En realidad, creo que venía por ese cigarro al que nunca supe decirle que no y que después jamás me devolvía; pero a mí no me importaba porque aquello me hacía gracia.

      Mientras la Reme esperaba la vela negra y la mezcla de romero, enebro y sándalo que había pedido, le contó al aire que aquello era para echar una maldición a un payo (sabía que si nos miraba a los ojos, su comentario podría haber creado un cierto revuelo entre los que estábamos allí por ese temor innato y ancestral que les teníamos a los de su raza). Continuó diciendo, sin mirar a nadie, que en la faltriquera llevaba escondida una foto del payo que le rompió el corazón a su amiga Saray, y que, por una cuestión de honor, a los suyos no les había quedado otra que escupir una maldición. Debían rodear el retrato con aquellas hierbas formando tres círculos, ponerlo a los pies de la vela, proferir el conjuro que buscaría la ruina del chico y, una vez completa la maldición, enterrar la foto y que ésta no volviese a ver la luz hasta después de los primeros síntomas de la venganza. “Pero, to ésto...” continuó diciendo la Reme mientras pagaba con un billete doblado que rescató de las profundidades de su sujetador “...sólo funciona si se siente de verdá”. Y luego se marchó igual que había venido, dejando en el aire un cierto tufo a óxido y a antiguas supersticiones romaníes.

      Un buen día, mucho tiempo después, caminando por la calle Mayor reconocí aquella forma de blasfemar que tenía la Reme; su locuacidad, que no tenía ni puntos ni comas, entrelazaba palabras sin respirar “...que sufras por to lo cas hecho y te caiga una enfermedá porquéres mala persona asín te estrelles y a después que te parta un rayo”, iba diciéndole a alguien. Al llegar a mi altura, igual de avispada que siempre, me saludó con unas dobles intenciones que parecían heredadas de su madre “hola, Gema ¿tienes un leuro? que a luego te lo devuelvo”. Me hice la desentendida preguntándole por la criatura de mofletes sonrosados y pelusa rubia que llevaba en brazos; pensé que sería su cuarto o quinto hijo. Hicimos por entendernos, ella con su media lengua paya y yo con mi medio oído calé “¡ayyy! Gema, a ver como te losplico...es de la Saray y del payo, can tenío un churumbel...el chico volvió al barrio por ella, y el papa de la Saray que le vio igual denamorao ca un gitano, le bautizó y les dejó hacer el casamiento”. Sólo por curiosidad, le pregunté si es que al final no le habían echado la maldición al payo. Pero entonces, la Reme, con exagerada solemnidad me cogió del brazo y me atrajo hacia ella; y, santiguándose sin parar, comenzó a contarme un gran secreto al oído.



     Luego, en casa, pensé en lo bonito que era estar enamorado; como en el caso de Saray, que loca de amor y muerta de miedo volvió a desenterrar la foto del payo y pasó la noche entera repitiendo en voz muy baja para que los que dormían más cerca de ella no se despertasen “...a todos los santos les pido perdón, si alguna vez eché maldición...a todos los santos les pido perdón, si alguna vez eché maldición...”. 


4 comentarios:

  1. Increíble relato, Luz. Hacía tiempo que no pasaba por aquí y me he perdido bastante, pero me pondré al día ¡lo prometo! Me ha encantado este porque me ha provocado varias sonrisas al leer y porque el final para nada me lo esperaba jeje.

    Saludos.

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    1. Gracias, Ross.
      Serás bienvenida siempre que vengas por aquí, tanto si lo haces una como mil veces, a diario o cada trimestre, jaja. En fin, no nos sobra el tiempo (que más quisiéramos). Yo estoy a punto de recuperar las aventuras de tus chicos, Aeferdana y Sindar.
      Qué bien que te impresionara el final, eso es algo que se busca al escribir un relato corto; y provocar sonrisas, es muy gratificante.
      Gracias y un saludo.

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  2. Yo aquí, partiéndome de risa, a mi bola y mi hijo mirándome con cara rara, jajaja Pero es que me lo he pasado de lujo leyéndote. ¡Arrepentios los quiere Dios! ...qué dirían las viejas de mi pueblo. La pobre Saray se veía cargando en su conciencia la muerte de su amado de por vida.
    Eres una escritora genial.
    Besos.

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    1. Y tu hijo, seguro que tan feliz viendo reir a su mami, jajaja. Me alegra hacerte reír, de verdad; y sería un logro si no fuese porque sé lo alegre que eres.
      Gracias por tus cumplidos. Un beso.

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