REBELIÓN EN EL CAJÓN
DE LAS VERDURAS
Mira
que recuerdo pocas cosas del colegio; si acaso la tabla periódica o
la de multiplicar del nueve, que me aprendí de un tirón solo porque
estaba enamoriscada del profesor que nos enseñaba ciencias y
matemáticas (con el tiempo, pude comprobar que no era repetir una y
otra vez como un papagayo aquellas tablas, sino otras cosas, que hoy
no vienen a cuento, las que realmente podían llegar a impresionar a
don Jesús).
Sin
embargo, de aquel día en clase en que alguien bajó las persianas
dejándonos a oscuras para encender un proyector y enseñarnos un
montón de imágenes que tenían que ver con el terrible y conocido
episodio de la niebla letal de Londres del año 52, me acuerdo como si
hubiese sido ayer.
Aquella
mañana quedé marcada por la truculenta historia que nos narraron
mientras veía montones de diapositivas de un Londres que parecía
haber sido tragado por unas brumas que misteriosamente aparecieron
durante aquella aciaga semana de diciembre en la que murieron doce
mil vivos y enfermaron cien mil sanos. Nos contaron que todo ocurrió
por la fatídica combinación del frío extremo de aquellos días
con unos altos niveles de polución y con las enormes cantidades de
carbón de baja calidad que la población humilde quemó aquellos
días para poder combatir unas gélidas temperaturas antes nunca
conocidas.
Aunque
se esmeraron en decirnos que aquello tenía una explicación
científica, yo no la creí. Mi joven cabeza, acostumbrada ya por
aquel entonces a centrifugar más que de la cuenta, decidió para sus
adentros que aquel cóctel explosivo había sido un castigo de la
naturaleza, un toque de atención para que supiésemos con quién nos
las tendríamos que jugar en el futuro si la seguíamos maltratando.
Cuando
volvieron a subir las persianas vi de modo tan diferente el mundo que
había tras los cristales, que llegué a pensar que era él el que
nos observaba a nosotros y no al contrario. Por eso, de vuelta a
casa, cuando tuve que atravesar el parque fui agarrada a mi mochila y
mirando de reojo cada una de las hojas de los árboles que caía a
mis pies al ser arrancada por el viento. Dí un largo rodeo, incluso,
para poder acceder al portal de mi casa sin tener que pasar al lado
de las docenas de macetas que hay a la puerta de mis vecinos.
En
fin, con el paso de los años terminé por comprender que no era yo
quien debía temer a las flores silvestres, ni a los abejorros que
revoloteaban entre ellas, ni tan siquiera a la imponente higuera que
siempre había presidido el patio de la casa de mi madre, con todas
aquellas raíces que se escapaban entre las grietas de las baldosas
como si fuesen las garras de un monstruo vegetal, si no que éramos
yo y otros miles de millones como yo, los que con nuestras sequías,
nuestro efecto invernadero, nuestro calentamiento global, nuestro
cambio climático y sobre todo con nuestra forma de pasar
olímpicamente de todos esos temas, estábamos amenazando y
aterrorizando a todo bicho viviente.
Y
entonces, entendí que el planeta nos hubiese castigado con aquel
nefasto terremoto de Haiti. No me quedó otra cosa que tolerar el
irascible tsunami de Japón. Consentí, a duras penas, impactantes
imágenes saliendo de mi televisor, como las de Omayra muriendo
lentamente durante tres días sumergida en el fango tras la erupción
del Nevado del Ruiz. Pero, lo peor de todo es que, a regañadientes,
en el futuro estoy condenada a tener que entender cada una de las
reprimendas que la madre naturaleza nos tenga guardadas, porque, sin
duda, nos lo hemos ganando a pulso nosotros mismos, los humanos.
Y
ahora, si me lo permitís, tengo que hacer un breve paréntesis para
echarle un vistazo al cajón de las verduras e intentar charlar un
ratito con los calabacines, con el repollo, con los pimientos y con
el medio tomate que queda en un rincón; más que nada, para crear
buen ambiente, a ver si logro atrasar la llegada de la gran hecatombe
que, sin duda y más tarde o más temprano, puede que llegue a
nuestras vidas si no cambiamos de actitud.
Recuerdo una película de M. Night Shyamalan titulada "El incidente" donde las plantas se rebelan contra los humanos, provocando que se suiciden en masa (era más bien malilla, pero me ha venido a la cabeza al leer tu relato). Puede que muchas de estas catástrofes naturales sean causadas por los desequilibrios que provoca nuestra intervención salvaje sobre el medio ambiente; otros, sin embargo, forman parte de lo natural, de esos procesos que llevan sucediendo millones de años y a los que el ser humano da la espalda. Nos parece la naturaleza domesticada o queremos reducirla a una foto en Pinterest y es mucho más. Es una fuerza creadora (y destructora).
ResponderEliminarHermoso alegato ecologista, Luz.
Un abrazo.
Gracias, Gerardo.
EliminarSí, un tema muy recurrente el de la rebelión de la naturaleza; lástima que, en cine, se "norteamericanice" todo tanto y echen mano del ejército hasta para luchar contra algo que, con civismo y sentido común, se podría suavizar.
Un abrazo.
jajajaa Te imagino de cháchara con el medio tomate, mirándote con las pepitas saltonas y echándote en cara ¿qué fue lo que hiciste con mi otra mitad!?
ResponderEliminarY luego están las plantas carnívoras gigantes... Yo vi, hace mucho, una peli en la que se tragaban a personas enteras!
Me encanta la forma en que lo cuentas todo.
Besos
Gracias MJ.
EliminarPero...¿de verdad me imaginas hablando con medio tomate?...ahora entiendo por qué siempre sacabas sobresaliente en las redacciones del cole...¡imaginación, al poder!. De todas formas, no vas desencaminada, suelo hablar con los perros que veo por la calle, con los pajarillos que se posan en mi terraza e incluso, en verano, si se cuela alguna mosca en casa la invito a que salga por las buenas por la ventana porque me siento incapaz de matarla. En fin...
A mí, me encanta la forma en que lo lees todo.
Besos.
Me ha puesto los pelos de punta tu relato. Por lo bien que lo dices. Cuando te leo es como si entrara en la sala de relax del psiquiatra, pero con más alegría. Me encantan algunas frases tuyas como "murieron doce mil vivos y enfermaron cien mil sanos." Le da un poco de humor a la tragedia. Si hubiese sido yo, (egoistón que es uno) hubiese terminado metiendo a mi gato por ahí, pero tu cajón de verduras es magnífico.
ResponderEliminarMuchas gracias, amigo.
EliminarSiempre he sido más de drama que de comedia, lo reconozco; pero, un buen día estaba haciendo un guiso que me quedó un poco soso, y, mira tú por donde, el último pellizco de sal que añadí para intentar arreglarlo, resulto ser azucar. ¡¡Fue todo un éxito!!. Aquel día descubrí que el secreto de algunas cosas buenas estaba en saber dosificar los ingredientes más dispares; y, desde entonces, he intentado que a mis "sopas de letras" (que siempre habían tirado a ser tristonas) no les faltase su pellizquito de algo dulce.
Por favor, cuida dónde metes a ese lindo gatito, que ya casi es de la familia. Un abrazo grande.