Powered By Blogger

martes, 19 de enero de 2016


CON LA TINTA DE UN CALAMAR

     El día en que me di cuenta de que, por más empeño que pusiese, jamás lograría escribir algo tan bello como lo que Montse escribió aquel día, empecé a morirme de la pena.
     A la mejor amiga de Montse se le estaba acabando la vida. ¿Qué puede desear una persona que se está muriendo?. Luisa (así se llamaba la amiga de Montse), a pesar de llevar semanas sin apenas comer, aquel día no dejaba de pensar en un buen plato de calamares en su tinta. Así se lo dijo Luisa, nada más recibir su llamada matutina, a su alma gemela (que se había ido a pasar unos días a Portugal precisamente para intentar olvidar que la persona a la que más apreciaba en esta vida acababa de adentrarse en la fase terminal de su enfermedad; había llegado a ese punto en el que uno, seguramente, ya no siente deseos de nada, pensaba Montse).
     Montse, tras escucharle decir a Luisa lo de los calamares, tuvo la santa paciencia de seguir conversando con ella con idéntica tranquilidad a la de cada día. Le preguntó por su marido “dile que no se olvide de regar el ficus”; por sus dos niños “que no te líen y que hagan sus deberes”; por su perro labrador “qué bien que haya aprendido, por fin, a darte la patita” e incluso por los peces cometa que desde hacía unos meses deambulaban por la pequeña pecera que, a la muchacha interna que habían contratado para cuidarla, le dejaron llevarse consigo para que no extrañase su casa. Pero, fue después, nada más colgar el auricular, que a Montse comenzó a apremiarle una prisa terrible. “Miguel, vete preparando las maletas; nos volvemos para Madrid” le dijo a su marido que, boquiabierto y petrificado desde el pasillo, sólo alcanzó a verla salir del apartamento mientras la puerta se cerraba tras de ella.
     Desde hacía algunos días que a Montse le había dado por comparar el cable del teléfono con el de un gotero de hospital, por lo que se había acostumbrado a no escatimar el tiempo de sus llamadas, dosificando así sus palabras para Luisa en un estudiado gota a gota. Pero, en cuanto pisó la calle, volvió a recuperar cada uno de los minutos que había dejado escapar durante aquella última y deliberadamente pausada conversación. Corrió, tropezando varias veces sobre el asfalto; derrapó al torcer en cada esquina; cruzó los semáforos en rojo; abordó a varios peatones para que le indicasen dónde encontrar la tienda que buscaba; y no paró ni un sólo segundo hasta que no estuvo de vuelta en el apartamento con aquello que había salido a buscar.
     Entre las vaharadas de una cebolla rehogándose y el claqueteo de un cuchillo troceando el cuerpo de los calamares en anillos, la vida continuó en Lisboa al mismo ritmo que la receta: “Miguel, no olvides los cepillos de dientes”...añadir un majado de ajo y un pellizco de cayena... “las esponjas, mejor ponlas dentro de una bolsa, que aún seguirán mojadas”...regar con un buen chorro de vino blanco y dejar que se evapore... “no guardes el peine hasta última hora, lo voy a necesitar”...agregar la tinta de los calamares, cubrir con agua y dejar cocer una hora a fuego medio... “gracias, Miguel, eres un sol”.
     Una hora de cocción después y cinco de carreteras más tarde, Miguel y Montse encontraban aparcamiento en la misma puerta de su amiga. Y, tras un último golpe de calor en el horno, aquel delicioso plato y su fuerte aroma a delicadeza comenzaron a humear en silencio empañando el cruce de miradas de las dos amigas.

     Montse me lo contó mucho después, un día, en el trabajo. Y así fue como empecé a pensar que yo jamás haría algo así; y a morirme de la pena y de la envidia por la gran historia de amistad, de amor y de despedida que aquella mujer había sido capaz de escribir tan sólo con la tinta de un calamar.


2 comentarios:

  1. De nada.

    Linda historia muy bien contada.

    Con amigas así la vida es mas bella.
    Y...
    con maridos que abandonan Lisboa sin protestar mucho.

    Claro que ella es una multitarea graduada, no solo cocina sino que organiza las maletas a distancia.

    Es difícil escribir mejor que eso. Muy difícil. Como es muy difícil, mucho de muchísimo, que esos calamares en su tinta (estuvieran los buenos que estuvieran) le gustaran mas que el detallados de su muy bien llamada amiga.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues fíjate que hoy, Montse me ha dicho que para nada se ve reflejada en mi historia. En un principio me ha decepcionado, lo reconozco; pero, luego ha seguido diciendo que en ningún momento pensó que lo que hizo fuese excepcional, ni heroico, ni siquiera generoso sino algo de lo más natural; por lo tanto, ahora, no me queda otra que darte la razón: con amigas así, la vida es más bella.
      Gracias por tu visita y por tu sentido del humor. Un saludo, Guille.

      Eliminar