CON LA TINTA DE UN
CALAMAR
El
día en que me di cuenta de que, por más empeño que pusiese, jamás
lograría escribir algo tan bello como lo que Montse escribió aquel
día, empecé a morirme de la pena.
A la
mejor amiga de Montse se le estaba acabando la vida. ¿Qué puede
desear una persona que se está muriendo?. Luisa (así se llamaba la
amiga de Montse), a pesar de llevar semanas sin apenas comer, aquel
día no dejaba de pensar en un buen plato de calamares en su tinta.
Así se lo dijo Luisa, nada más recibir su llamada matutina, a su
alma gemela (que se había ido a pasar unos días a Portugal
precisamente para intentar olvidar que la persona a la que más
apreciaba en esta vida acababa de adentrarse en la fase terminal de
su enfermedad; había llegado a ese punto en el que uno, seguramente,
ya no siente deseos de nada, pensaba Montse).
Montse,
tras escucharle decir a Luisa lo de los calamares, tuvo la santa
paciencia de seguir conversando con ella con idéntica tranquilidad a
la de cada día. Le preguntó por su marido “dile que no se olvide de
regar el ficus”; por sus dos niños “que no te líen y que hagan
sus deberes”; por su perro labrador “qué bien que haya aprendido,
por fin, a darte la patita” e incluso por los peces cometa que
desde hacía unos meses deambulaban por la pequeña pecera que, a la
muchacha interna que habían contratado para cuidarla, le dejaron
llevarse consigo para que no extrañase su casa. Pero, fue después,
nada más colgar el auricular, que a Montse comenzó a apremiarle una
prisa terrible. “Miguel, vete preparando las maletas; nos volvemos
para Madrid” le dijo a su marido que, boquiabierto y petrificado desde el pasillo, sólo alcanzó a verla salir del apartamento
mientras la puerta se cerraba tras de ella.
Desde
hacía algunos días que a Montse le había dado por comparar el
cable del teléfono con el de un gotero de hospital, por lo que se
había acostumbrado a no escatimar el tiempo de sus llamadas,
dosificando así sus palabras para Luisa en un estudiado gota a gota.
Pero, en cuanto pisó la calle, volvió a recuperar cada uno de los
minutos que había dejado escapar durante aquella última y
deliberadamente pausada conversación. Corrió, tropezando varias
veces sobre el asfalto; derrapó al torcer en cada esquina; cruzó
los semáforos en rojo; abordó a varios peatones para que le
indicasen dónde encontrar la tienda que buscaba; y no paró ni un
sólo segundo hasta que no estuvo de vuelta en el apartamento con
aquello que había salido a buscar.
Entre
las vaharadas de una cebolla rehogándose y el claqueteo de un
cuchillo troceando el cuerpo de los calamares en anillos, la vida
continuó en Lisboa al mismo ritmo que la receta: “Miguel, no olvides los cepillos de dientes”...añadir un majado de ajo y un
pellizco de cayena... “las esponjas, mejor ponlas dentro de una
bolsa, que aún seguirán mojadas”...regar con un buen chorro de
vino blanco y dejar que se evapore... “no guardes el peine hasta
última hora, lo voy a necesitar”...agregar la tinta de los
calamares, cubrir con agua y dejar cocer una hora a fuego medio...
“gracias, Miguel, eres un sol”.
Una
hora de cocción después y cinco de carreteras más tarde, Miguel y
Montse encontraban aparcamiento en la misma puerta de su amiga. Y,
tras un último golpe de calor en el horno, aquel delicioso plato y
su fuerte aroma a delicadeza comenzaron a humear en silencio
empañando el cruce de miradas de las dos amigas.
Montse
me lo contó mucho después, un día, en el trabajo. Y así fue como
empecé a pensar que yo jamás haría algo así; y a morirme de la
pena y de la envidia por la gran historia de amistad, de amor y de
despedida que aquella mujer había sido capaz de escribir tan sólo
con la tinta de un calamar.
De nada.
ResponderEliminarLinda historia muy bien contada.
Con amigas así la vida es mas bella.
Y...
con maridos que abandonan Lisboa sin protestar mucho.
Claro que ella es una multitarea graduada, no solo cocina sino que organiza las maletas a distancia.
Es difícil escribir mejor que eso. Muy difícil. Como es muy difícil, mucho de muchísimo, que esos calamares en su tinta (estuvieran los buenos que estuvieran) le gustaran mas que el detallados de su muy bien llamada amiga.
Pues fíjate que hoy, Montse me ha dicho que para nada se ve reflejada en mi historia. En un principio me ha decepcionado, lo reconozco; pero, luego ha seguido diciendo que en ningún momento pensó que lo que hizo fuese excepcional, ni heroico, ni siquiera generoso sino algo de lo más natural; por lo tanto, ahora, no me queda otra que darte la razón: con amigas así, la vida es más bella.
EliminarGracias por tu visita y por tu sentido del humor. Un saludo, Guille.