Powered By Blogger

viernes, 12 de febrero de 2016



¿ADÓNDE VAN LAS COSAS QUE NO ESCRIBO?

          Este último, ha sido un domingo resacoso. Uno de esos en los que una está como del revés; y confunde el sueño con el hambre y se levanta por inercia porque en su cabeza no paran de danzar la tostada y el café que sabe que le esperan en la cocina; y se precipita y sale de debajo de las sábanas antes de que estén lo suficientemente arrugadas y de que la tibia funda nórdica se haya ido escurriendo hasta terminar en el suelo. Pero entonces ya es tarde, porque su domingo ha pasado a ser uno de esos en los que una está como del revés. Más tarde, con el desayuno delante, de repente repara en que no tiene apetito y que hubiera sido mejor seguir ronroneando dentro de la cama; pero, ya que está levantada se obliga a recoger todos los cachivaches que dejó tirados la noche antes por toda la casa sin dar ni una en el clavo, porque nada amanece en su sitio al día siguiente de un sábado de copas. Lo hace sin ganas pero deprisa, porque piensa que lo mejor será pasar la tarde viendo una buena película. Pero, durante el minuto ciento dos de esa cinta japonesa tan premiada que había reservado con tanto celo para poder verla sin perderse ni uno solo de sus detalles, se sorprende a si misma pensando en sus propios asuntos y sospechando que ha debido perderse algo grande, muy grande, porque desde el otro lado de la pantalla una niña de ojos rasgados llora desgarradoramente, y eso, sin duda, significa que irremediablemente ha debido perderse las cosas de verdad emocionantes que el celuloide trataba de contarle.
Como decía, así he consumido mi último domingo, comiendo cuando tenía sueño, durmiendo cuando tenía hambre y perdiéndome películas fenomenales mientras pensaba en mis cosas y me hacía preguntas extrañas. La primera mitad del día la pasé elucubrando sobre qué podría estar pasándome para no haber escrito nada de nada en los últimos días, abandonando, de repente, algo que tanto me gusta hacer; y la segunda, la gasté preguntándome a dónde irán a parar todas las cosas que no se escriben.
          Enseguida di con la solución a mi primera duda: solo tenía que desfragmentar, para que así siguieran siendo diminutas, las cuatro o cinco cosas tristes que me habían ocurrido últimamente y que yo misma me había empeñado en ir amontonando hasta formar una gran bola. Sin embargo, para poder dar respuesta a la segunda de mis dudas tuve que preguntarme, justamente, lo contrario de aquello a lo que no sabía responderme. Así que me pregunté: ¿adónde van a parar las cosas que escribo? Y me respondí: van a parar a alguien que me quiere y que corre a acomodarse en el sofá para poder leerme a gusto en cuanto sabe que presiono el “intro”; a gente que vive lejos, en el norte, y que si dispone de un rato libre es un lujo para mí que elija gastarlo en saber cómo pienso; a mi antigua vecina que, reencontrada por las redes, me ha confesado haber hecho un hueco entre los apretados bits de su ordenador para guardar hasta el último de mis escritos; a alguien que además de tener buen oído para la música, tiene un sexto sentido para saber escuchar a las personas por dentro, y que se ha propuesto conocerme en pequeñas dosis siguiendo el ritmo de mis escritos; a una amiga, que prefiere verter sus lágrimas leyéndome cada mañana en el metro, camino del trabajo, en lugar de ir mirando vídeos virales, tan de moda, tan divertidos, tan absurdos; a una compañera, de oficinas, que me encanta que me lea clandestinamente y que ahora tendrá que perdonarme por haber desvelado su secreto; a Lupita, que a pesar de mi miedo a volar hace que mis cosas, cada día, viajen hasta un país del sur de América; a Andrés, un desconocido con el que siempre he sido desconfiada y grosera no contestando ni a uno siquiera de sus mensajes a pesar de decirme que, aun así, seguiría leyéndome. Puede ser, incluso, que las cosas que escribo lleguen a más personas, no lo sé; lo importante, es que al fin he comprendido que las otras, las que no he escrito durante estos últimos días, no van a llegarle absolutamente a nadie, y eso sí que es una auténtica putada.
En fin, tal vez en estos momentos estéis suponiendo, muy acertadamente, que al rayar las cero horas con cero minutos de aquel último domingo, fue cuando decidí que, no sé si uno de cada dos, dos de cada tres, tres de cada cuatro o cuatro de cada cinco días voy a seguir escribiendo todas esas cosas que sí que escribo. Y los fines de semana, tal vez vea buen cine japonés.


3 comentarios:

  1. Muy bonito, Luz. Es cierto que todo lo que uno no escribe en apariencia se pierde, las ideas son tan etéreas. Pero creo que nunca deja de aflorar ese magma, si no es una semana o un día, será otro: nada se destruye, todo se transforma...
    Saludos!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Gerardo.
      Es curioso; tengo una carpeta llena de ideas y anotaciones, historias que sé que escribiré algún día. Pero, alguna vez me ha ocurrido que cuando me dispongo a desarrollarlas he sido incapaz de hacerlo; es entonces que pienso que tienen vida propia y que solo cuando ellas están dispuestas, vienen a buscarme para que las escriba.
      Un saludo.

      Eliminar